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viernes, 6 de febrero de 2015
Capitulo 35: Madre Ausente
El calor oficialmente había llegado. Pero aunque no fuese el calor que realmente todos deseaban, por lo menos era algo agradable y permitía llevar menos ropa.
Yamato iba por la calle sólo con una camisa y las mangas arremangadas por el calor que sentía. Iba caminando despreocupado mientras hablaba por móvil:
—¿Pero cómo es eso de que puedes llamarme desde Francia por el móvil a un precio tan bajo?— le preguntaba a su hermano que estaba al otro lado de la línea.
—¡Ya ves! —dijo Takeru—. Me dijo la abuela que era una oferta que usaba ella y la di de alta. Pero sólo puedo hablar a unas horas determinadas del día y muy pocas coinciden con el horario en el que tú estés despierto... Creo que sólo sería esta hora que aquí es de noche.
—Ya me parecía demasiado bueno para ser verdad —contestó Yamato sonriendo—. ¿Qué tal te va por París? ¿Y el abuelo?
—Todo bien, la verdad —dijo Takeru—. El abuelo está bien ahora, sigue quejándose de la pierna pero bien y yo también porque me he reencontrado con mis amigos y al menos no estoy tan solo...
—Bueno, me alegro mucho— dijo Yamato.
—¿Qué tal papá y tú?—preguntó Takeru.
—Los dos bien —le contestó—. El otro día nos fuimos a comer fuera y justamente me preguntó por ti.
—¿Y mamá?—preguntó de pronto cambiando de tema.
Yamato torció ligeramente el gesto y agradeció no tenerle delante y que descubriera lo que estaba pensando. Después contestó:
—Takeru... Ya sabes que hace mucho tiempo que no hablo con mamá...
—No entiendo por qué, hermano—dijo Takeru—. Es también tu madre por si no lo recuerdas...
El rubio volvió a molestarse y a torcer el gesto. Ya lo sabía, no hacía falta que se lo recordara. Era su madre, sí, pero en realidad era una auténtica desconocida para él. Cuando sus padres se separaron cada uno de ellos se quedó con uno de sus hijos y se fueron a vivir a casas diferentes.
A diferencia de él, Takeru sí que había decidido esforzarse en mantener el vínculo familiar con su padre y su relación había mejorado notablemente. Pero con respecto a él y a su madre...
—Deberías ir a verla, hermano—dijo de repente Takeru—. El otro día hablé con ella y no parecía muy contenta. Ahora está sola y necesita saber que tiene otro hijo...
Yamato se paró a pensar en lo que le había dicho su hermano pequeño. Se puso en el lugar de su madre, ahora sola, con sus padres y uno de sus hijos en Francia y el otro como si no estuviese... Se sintió mal. Seguramente debería ir a hacerle una visita.
—Sí, creo que me pasaré por su casa un día de estos a ver qué hace—dijo finalmente.
—¡Bien!—exclamó Takeru entusiasmado—. Hablaré con ella mañana y se lo diré... ¡Uy!—dijo de repente—. Tengo que colgar, hermano. Que se me acaba la promoción. Au revoir!
Tras despedirse, colgó dejando a su hermano mayor con la palabra en la boca. Miró el teléfono un momento preguntándose por qué tenía que decirle su hermano a su madre que él iba a ir a verla.
Lo guardó en el bolsillo del pantalón y se quedó parado frente al lugar a donde se dirigía. La tienda de arreglo florales de Takenouchi Toshiko. Sora estaba allí dentro ayudándola y él iba a buscarla para ir a comer juntos.
Sonrió al recordarse tiempo atrás allí plantado en la misma posición pero con distinto cometido. Se alegraba de que su novia y su madre volvieran a entablar relaciones y estuvieran más unidas que en toda su vida conviviendo bajo el mismo techo.
Entró sin llamar y se encontró con su novia en el mostrador sentada mientras clasificaba los nuevos arreglos florales para el verano para luego colocarlos en los escaparates.
Ella, en cuanto oyó el sonido de la puerta abrirse, levantó la cabeza para encontrarse con Yamato internándose en el lugar sonriendo. Esbozando una agradable sonrisa, se apartó de la mesa y se acercó a él que la recibió gustoso entre sus brazos:
—¿Qué tal te ha ido todo hoy?—preguntó él.
—Muy bien—contestó ella sonriente—.Estamos con los nuevos arreglos para verano y están teniendo mucho éxito. Voy a liar a Mimi para que compre unos cuantos... Ya sabes el afán de compras turísticas que tiene.
—¿No está tu madre?—preguntó él buscando a la mujer con la mirada.
—Ella está en la escuela de Ikebana—le explicó la chica—,como hoy tengo el día libre en el trabajo le he dicho que me encargo de la tienda. Así ya no necesita contratar a nadie... Por cierto, que me dijo que te vengas a cenar este fin de semana con nosotras. Vendrás, ¿verdad?
—Hablando de madres...—dijo él de pronto, dejándola intrigada—, necesito pedirte algo.
Y le contó a Sora todo lo que había hablado con Takeru acerca de su madre y de su próxima visita. Ella le escuchaba sin decir nada. Parecía que no le disgustaba la idea de que volviese a ver a su madre, así que entonces decidió decirle lo que él tenía pensado:
—Sí pensaba ir a visitarla... Pero me gustaría que vinieses conmigo, Sora. Ella no sabe que tengo novia y, bueno, ya que yo conozco a tu madre, me parece justo que tú conozcas a la mía. ¿Qué me dices?
Ella sonrió apartando la vista del chico ligeramente abochornada. Lo cierto es que la idea le entusiasmaba, pero a la vez se sentía nerviosa. Era verdad que él ya conocía a su madre y que ahora le tocaba a ella, ¿entonces por qué se sentía tan histérica?
—M-me parece bien—dijo ella visiblemente sonrojada—. ¿C-cuándo vamos a ir?
—Mañana por la noche—dijo él observando su comportamiento—. ¿Te ocurre algo?
—¡No!—dijo Sora de repente—, estoy bien. ¿Por qué lo dices?
—¡No te preocupes!—dijo Yamato con una sonrisita—, estoy seguro de que le caerás bien. Sólo tienes que ser tú misma...
—¡Deja de leerme el pensamiento!—dijo la chica de repente, dándole un empujón para apartarse de él—. ¿A qué hora vas a ir a buscarme?
Él se echó a reír y trató de acercarse otra vez a la chica, que, adivinando sus pensamientos, se colocó detrás del mostrador poniendo distancia entre ellos con éste. Yamato la miraba embelesado mientras ella bajaba la mirada fingiendo que había vuelto a retomar su labor con los arreglos. Había notado bastante cambio en su novia desde que había vuelto a reencontrarse con su madre y, aunque siguiera empecinada en mantener la misma actitud mordaz y ácida con todo el mundo, podía entrever de vez en cuando retazos de la auténtica forma de ser de la chica. De aquella dulce y afectuosa chica de la que se enamoró tiempo atrás.
Aquella actitud tímida y vergonzosa hacía tiempo que no la veía. Le hizo recordar la vez aquella en la que, al verla sonreír de forma tímida tras el primer beso que se dieron en el instituto, sintió aquellas extrañas mariposas en su interior que en aquella época no supo interpretar. ¿Quién le diría que volvería a verla en ella?
—Iré a buscarte a las ocho... Tenemos que ir en coche, ¿estarás lista?—dijo inclinándose hacia ella.
—No estaré—contestó Sora mirándole fijamente—. Sólo por joderte tardaré más.
Yamato se rió y volvió a inclinarse más para alcanzar los labios de la chica que le recibieron sin resistencia, uniéndolos en un corto beso.
—Eso significa que estarás antes de las ocho... Así que allí estaré a esa hora. ¡Gracias!
—¡Espera!— exclamó Sora de repente—. ¿A qué viene eso de que estaré antes?
Pero el chico la miró desde la puerta de salido sonriendo por no dejarla hablar y se despidió con la mano antes de desaparecer de su vista fuera de la tienda. Ella lo vio desaparecer por la puerta con la boca abierta y cuando desapareció se echó a reír discretamente mientras volvía a su trabajo con las flores y pensaba en lo idiota que era su novio y a la vez cuánto la conocía. Contempló la hora que era y vio que quedaban un par de horas para que su madre volviese. Luego podría irse a casa a pensar qué debería ponerse para ir a visitar a la madre de su novio.
Era lunes y como había prometido, allí se encontraba. Miyako contempló el edificio frente al que se encontraba. Estaba nerviosa y no sabía qué hacer ni con las manos. Sentía mucho frío, cosa que era ridícula porque hacía muchísimo calor, pero aún así sentía cómo tiritaba de frío y cómo le castañeaban los dientes como si de verdad estuviera a grados bajo cero... Sinceramente, su cuerpo era estúpido.
La chica volvió en sí después de analizar todas sus sensaciones y se abofeteó mentalmente. Ya estaba en el club de informática y ahora no podía dar marcha atrás. Le había prometido días atrás que iría a verle el lunes y no podía faltar a su promesa... Además, ¿por qué estaba tan nerviosa? Lo había besado y él la había correspondido, lo difícil ya estaba hecho, así que no tenía por qué sentirse más nerviosa... Sólo tenía que dejar que las cosas siguieran su curso y... ¡Mierda! Otra vez estaba temblando de nervios.
Decidió entrar para así poder hacer algo que la distrajese del estrés que estaba sufriendo en ese momento. Por el camino se fue encontrando con amigos suyos del club y los saludaba alegremente. Uno de sus compañeros se paró al verla y le preguntó:
—¡Hola Miyako! ¿Qué haces por aquí? Hacía mucho que no te veía los lunes por aquí.
—Venía a ver a Izumi Koushiro—respondió ella tratando de calmarse—. Me dijo el otro día que necesitaba mi ayuda para un asunto y por eso estoy aquí.
—¡Ah, bien!—contestó su compañero y elevando su brazo le señaló una dirección mientras decía—. Creo que está en la sala 5, que es todo recto a la derecha.
—Gracias—agradeció ella antes de despedirse y seguir su camino.
Por fin se encontró frente a la puerta de la sala 5. Ésta estaba totalmente cerrada y se había quedado paralizada frente a ella con el puño en alto dispuesta a llamar. "¡Llama!", se decía a sí misma molesta con su propia estupidez y al final se obligó a sí misma tocar a la puerta tres veces.
Al momento, oyó una voz muy lejana de hombre que decía algo que no llegaba a entender, así que se lo tomó como una invitación a entrar. Abrió la puerta y se encontró de lleno con un ordenador completamente desarmado con todas las piezas desperdigadas y en medio de todo aquel jaleo, se
encontraba el chico de rodillas totalmente concentrado en su tarea.
Carraspeó ligeramente para ser notada, pero él no parecía ya acordarse de que habían llamado a la puerta y carraspeó más fuerza que antes sin tener éxito alguno una vez más. Al final optó por llamarle en voz muy alta:
—¡Koushiro! Estoy aquí.
El aludido se dio la vuelta al escuchar esa voz tan repentina y, al encontrarse con ella, dio un respingo y se sonrojó rápidamente. Del susto se le había caído una pieza que tenía en la mano al suelo, sobresaltándole una vez más.
—No te había oído entrar—dijo él de pronto intentando recobrar la calma.
Recogió la pieza que se le había caído y empezó a prestarle toda la atención para evitarse más sobresaltos inoportunos. Ella se quedó mirándolo boquiabierta por lo que había provocado en sólo un segundo. Ahora se sentía aún más nerviosa que antes.
Temblorosa, se internó en el lugar cerrando al puerta detrás de sí para reunirse a su lado. Se quedó parada en medio de la habitación, esperando que el chico que tenía delante le diera permiso a acercarse sin estropear nada.
Éste entonces, levantó la vista hacia ella y con un dedo le indicó que podía acercarse, cosa que ella hizo casi al instante. Se arrodilló a su lado y miró a su alrededor reconociendo algunas piezas que había por el suelo. Luego lo miró a él, pero no le devolvía la mirada, sino que continuaba absorto en su tarea sin prestarla la más mínima atención.
Miyako frunció el ceño.¿No le había dicho que fuese a verle el lunes? ¿Entonces por qué ahora pasaba de ella? Tomó una de las piezas que había más a su alcance y comenzó a juntarlas como ella sabía que irían, así por lo menos no parecería que estaba esperando a que la hiciera caso.
Pero él seguía ahí, sin volverse, ni siquiera le dijo que estaba colocando las piezas mal dentro de la unidad central en un intento desesperado de que la mirase. Quizá, como siempre, tendría ella que dar el primer paso para hacerse notar... Pero si quería que se fijase en ella no le quedaba más remedio que hacerlo todo ella:
Pero cuando iba a abrir la boca para hablar, la puerta se abrió y dejó ver a uno de los compañeros de Koushiro asomándose y, al ver, dijo sonriendo:
—¡Ey, Koushiro! ¿Podrías ayudarme? Es que tengo un problema en uno de los ordenadores de la sala 6 y no soy capaz de volverlo a encender.
—¡Voy!—dijo él levantándose de repente, sin decirle nada a Miyako, que ahora lo miraba boquiabierta.
Esperaba que al menos, se disculpase y le dijera que en un momento vendría otra vez y podrían hablar tranquilamente, pero nada de eso. Se levantó y se dirigió a la puerta, dispuesto a dejarla allí sola y a saber cuánto tiempo más. Estaba completamente indignada. No pensaba quedarse allí esperando a que a él le diera la gana volver, si no tenía ningún interés en estar con ella, podría habérselo dicho de primeras y no tenerla allí perdiendo el tiempo y haciendo el ridículo.
También se levantó de repente y se encaminó a la puerta sin mirar a ninguna parte. Koushiro y su compañero se quedaron mirándola sorprendidos. Koushiro trató de deternerla, pero ésta sólo se dio la vuelta y dijo enfadada:
—Me voy Koushiro. Aquí no hago nada y tengo muchísimas cosas que hacer. Ya cuando te interese que te esté contigo, me avisas de verdad.
Después de decir eso, salió por la puerta pasando por delante de los dos chicos, allí presentes. Y desapareció de su vista. Koushiro se quedó mirándola marcharse con la boca abierta sin poder decir nada. No podía creer que de verdad estuviese pasando eso...
—¡Vamos, Kou...! ¿Dónde vas?—dijo su compañero de repente viendo cómo el chico se marchaba de allí por el mismo camino que Miyako sin decir nada.
Miyako recorría el pasillo en dirección a la puerta de salida totalmente sulfurada e iba tan tensa que si golpeaba a alguien que se cruzase por su camino parecería que había sido atacado con bate. Pero no le importaba, estaba muy enfadada con Koushiro, ¿Cómo podía pasar de ella de esa manera? Le daba igual todo lo que había pasado entre ellos, no le importaba. Le iba a mandar a la mierda y no volvería a saber nada de él, ¡eso es lo que haría! No volvería ni a pensar en él, ni siquiera...
—¡Oye, espera!—oyó de pronto a su espalda la inconfundible voz de Koushiro junto a un ruido de pasos acelerados que identificó como los del chico.
Se dio la vuelta dando un suspiro de molestia y se encontró con que el susodicho había dejado de caminar deprisa detrás de ella y le preguntaba:
—¿Adónde vas?
—Me voy de aquí—dijo ella simplemente.
—¿Por qué?—preguntó él otra vez.
—¿No es evidente?—contestó ella con cierto sarcasmo en su voz.
Pero él la miraba fijamente sin entender nada de lo que estaba diciendo. Entonces se acordó de lo que le dijo Mimi. Koushiro no suele entender las indirectas y seguramente en ese momento estaba intentando poner en marcha su privilegiado cerebro para averiguar la razón. Así que optó por suspirar y dijo:
—¡Déjalo anda! Tú no lo entiendes.
Y se iba a marchar cuando de pronto, oyó la voz de Koushiro:
—¿Qué no voy a entender?—dijo él quedándose parado—. Si no me explicas qué pasa sí que no lo entenderé.
Ella entonces se dio la vuelta para encararlo. Vio en su cara que realmente quería saber lo que ocurría porque no tenía ni idea de nada. Era una escena bastante graciosa a su modo de ver, pero tenía que mantenerse seria, nada de reírse y hacer como que no estaba enfadada...
No sé para que me has pedido que viniese a verte, si ni siquiera has levantado la cabeza para decirme hola. ¡Escucha! A mí tú me gustas, pero si yo a ti no, sólo tienes que decírmelo. No es necesario que me hagas el vacío y te marches a arreglar ordenadores sin importar que yo esté a tu lado...
Tras decir eso, se dio la vuelta y comenzó sus pasos en dirección de la puerta, sin esperar nada más por parte del chico informático. Pero, de pronto:
—¡L-lo siento!
Miyako se dio la vuelta confusa por lo que él había dicho y se encontró con la cabeza gacha de Koushiro y cómo movía los brazos de forma nerviosa, como si luchase con sentimientos y una situación que se le escapaba de las manos y de su control.
—¿Qué?—preguntó Miyako sorprendida.
—Que lo siento. N-no sé muy bien cómo actuar ante estas situaciones... Estaba tan nervioso... que apenas sabía que hacer... C-creía que me iba a ahogar si no me iba a arreglar aquel ordenador...
—No entiendo que quieres decir—contestó Miyako cada vez entendiendo menos.
—Lo que quiero decir es... que...—comenzó bien el chico pero bajando la voz cada vez más, pero no se dio por vencido—, tú también me gustas, Miyako... L-lo que pasa es que no sé manejarme en situaciones como estas... Siento si te he hecho pensar lo contrario...
Cuando terminó de hablar, hizo una reverencia en señal de disculpa ante una anonadada Miyako. No podía creerse que finalmente se hubiera declarado, torpemente, pero lo había hecho. Ahora lo veía, mirando al suelo avergonzado, tan encantadoramente que no podía evitar hacer algo al respecto. Le abrazó poseída por una fuerza irresistible que la obligaba a abrazar a aquel chico tan mono y adorable. ¡Cómo le gustaba aquel torpe y adorable muchacho!
—¡No pasa nada! Está todo olvidado—dijo ella al borde de un ataque de emoción.
—M-me haces daño—susurró Koushiro sintiéndose aplastado por la fuerza abrumadora de la chica que lo abrazaba con tanto ímpetu.
Ella entonces lo soltó y se quedaron mirándose fijamente. Miyako estaba feliz por ser correspondida y sentía que se moría de emoción sólo de pensarlo y de imaginar lo que se morirían de envidia sus amigos cuando se enterasen... Quizá debería invitar a algo a Mimi por haber sido ella la artífice de todo aquello...
—Me gustaría pedirte algo...—empezó Koushiro a hablar retomando la atención de la chica—.
¿T-te gustaría salir conmigo a partir de ahora?
—¡Claro que sí!—dijo ella más emocionada—. Claro que quiero salir contigo, Koushiro.
Y sin darle tiempo a reaccionar, le plantó un largo beso en la boca que lo dejó totalmente bloqueado. Después de eso, le abrazó con más fuerza, haciendo que se sonrojase aún más de lo que ya estaba.
—¡Koushiro!—se oyó de pronto detrás de ellos, rompiendo toda la magia que se había creado.
Ambos miraron detrás de ellos y descubrieron al mismo compañero que había ido a buscarlo, que le miraba confundido. Cuando recibió la atención por parte del aludido, continuó hablando:
—¿Por qué te has ido? En serio que necesito que me ayudes con el ordenador, si no lo haces aún explota y todo.
—¡No será para tanto!—dijo Koushiro mirándole molesto.
—¡Te aseguro que sí!—seguía diciendo el chico—. ¡Por favor, ven!
Tanto desesperado vio al chico, que Koushiro dio un largo suspiro accediendo a ir a ver qué le pasa. Miró a Miyako y le dijo:
—¿Vienes conmigo?
Ella asintió y los tres se encaminaron en la dirección a la que el chico los guiaba. Koushiro estaba enfadado y, como todos los allí presentes le tenía un respeto peculiar, podía permitirse parecer enfadado y ser temido por ello, no como con Taichi y Yamato...
—Espero que sea algo horrible, porque si no lo vas a arreglar tú solo.
—Te aseguro que lo es—se defendió el chico molesto por que dudase de su palabra—, tú mismo lo comprobarás cuando lo veas.
Miyako se echó a reír al ver la cara de desesperación del chico y la de indignación de Koushiro. Puede que no hubiese acabado esa declaración de amor como ella hubiera querido, pero acabó como tendría que acabar. Rodeados de ordenadores.
Tras ese último pensamiento siguió a los dos chicos en dirección a la sala donde se encontraba ese maldito ordenador. Sora se miraba en el espejo del baño satisfecha con el resultado. Era extraño verse en la situación de arreglarse y maquillarse. Era algo realmente insólito, Mimi se sentiría orgullosa de ella... Si al menos saliese de su habitación.
Frunció el ceño ante el recuerdo. Mimi llevaba unos días como un alma errante vagando sin pena ni gloria por la casa con una cara de dolor que empezaba a deprimirla. No le había dicho lo que le ocurría, pero intuía que todo tenía que ver con Taichi, que era el único que era capaz de poner en ese estado a la norteamericana. Por más que trataron de sonsacárselo Hikari y ella no había forma, así que habían decidido dejarla hasta que se dignara a ello.
Aunque no dejaba de preguntárselo una y otra vez. Se lo había preguntado a Yamato y éste estaba tan confuso como ella. Taichi parecía volver a hacer lo que hacía siempre que no quería ver a nadie, pasar el menor tiempo posible en casa y el que pasara en casa, encerrarse en su habitación poniendo mala cara cada vez que alguien trataba de preguntarle algo o incluso saludarle. Era realmente molesto.
Sora suspiró y tras dar un último vistazo a su reflejo, salió del baño para coger su bolso. Pasó por la habitación y se quedó un momento frente a ella sin saber qué hacer. Finalmente, optó por lo que solía hacer en estas situaciones y, sin llamar ni nada, abrió la puerta y se internó en ella. Se encontró con la chica tirada en su cama como imaginaba, en pijama y mirando al vacío escuchando en su reproductor de música alguna de esas estúpidas y acarameladas canciones de amor que le gustaban tanto cuando estaba deprimida y se empecinaba en sentirse aún más miserable con ello.
Al ver a su compañera entrando en la habitación, sólo se dio la vuelta para darle la espalda. No quería hablar, sólo quería sentirse la persona más desgraciada del mundo y recordar una y otra vez que Taichi ya no la quería, aunque no fuera cierto y sólo fueran sus absurdas paranoias. Sora ignoró esa acción y aún así se sentó en la orilla de la cama de la chica. Mimi no la miraba ni hizo amago de demostrarle que sabía que estaba allí, pero a ella no le importaba. Empezaba a estar harta de esa forma de ser de su compañera tan cargante, así que, sin intentar mostrar algo de
comprensión, comenzó a hablar:
—Mimi...—no la contestaba y comenzaba a molestarse seriamente—. ¡Yanqui! Me estás escuchando, así que deja de comportarte como una niñata y préstame atención.
Mimi entonces se dio la vuelta mirándola de forma confusa. Hacía mucho tiempo que no la llamaba yanqui, ya tenía que estar muy molesta la chica. Pero aún así puso una mueca de molestia en su rostro y dijo:
—¿Qué quieres, Sora? ¡Déjame tranquila!
—¡Eso mismo debería decir yo!—dijo Sora enfadada—. Déjanos a Hikari y a mí en paz de una vez. Si tienes problemas con Taichi, arréglalos o si no, puedes contárnoslos y te escucharemos. Pero no vayas por casa con esa cara de muerta en vida porque nos deprimes a los demás, cargándonos con cosas que no sabemos porque no te da la gana contárnoslos.
Después de soltarle el discurso, se quedó callada, esperando la respuesta. Mimi había abierto mucho los ojos, sorprendida por todo lo que le había dicho. Pero enseguida, bajó la mirada avergonzada y dijo balbuceando:
—L-lo siento, Sora. No me he dado cuenta...
Sora suavizó el gesto, al verla tan arrepentida. Pasó una mano por sus cabellos cariñosamente y le dijo:
—¿Qué ha pasado? Sabes que puedes contármelo.
—¡Es que no lo sé!—dijo Mimi mosqueada—. Discutimos el otro día por una tontería y... ¡Le dejé! ¡Le dije que no quería volverle a ver! Seguro que ahora me odia y ya no me quiere. ¡Soy una desgraciada!
Comenzó a llorar de forma escandalosa mientras se insultaba a sí misma y daba golpes a la almohada frustrada. Sora se quedó mirándola confundida durante un momento mientras asimilaba todo lo que acababa de soltarle la norteamericana. Después, se volvió a ella y le contó a grandes rasgos lo que le había ocurrido.
Sora la miraba sin mostrar ninguna emoción, y cuando la norteamericana terminó le relatarle todo lo sucedido, dio un largo suspiro y dijo:
—Sois los dos unos imbéciles... Cada día lo tengo más claro.
Mimi se quedó mirándola anonadada por la respuesta que le había dado. Solía ser así cuando la conoció y en ese tiempo no se hubiera sorprendido de aquella salida, pero ahora que estaba con Yamato y se había reconciliado con su madre, pensó que quizá no sería tan dura como había sido en ese momento.
Antes de que pudiera responderle algo, se oyó el ruido del timbre de la entrada que sonaba de forma estruendosa. Sora se levantó de la cama y se encaminó al exterior de la habitación, pero antes de desaparecer, se quedó parada de espaldas a Mimi y le dijo:
—Te recomiendo que hablases con Taichi... Él se está esforzando por conseguir esa maldita beca para estar contigo y también tiene derecho a sentirse inseguro y celoso... Cruzar el Pacífico y parte de un continente nuevo sin conocer a nadie y el idioma a duras penas, no es fácil. Creí que tú lo comprenderías.
Después de decirle eso, cerró la puerta de la habitación dejando a Mimi sola. Dio un largo suspiro y se llevó la mano a la cabeza. Sora tenía razón. Quizá tendría que hablar con él, no era la más indicada para molestarse por unos celos absurdos y estúpidos, precisamente.
Cogió el teléfono móvil de la mesa y se lo llevó a la cama con ella. Allí empezó a buscar de forma desenfrenada el número de su novio y en cuanto lo vio. Marcó.
Esperó impacientes la incesante comunicación hasta que por fin oyó el inconfundible sonido de descuelgue y al momento la voz de Taichi, que decía:
—¿Si? ¿Qué es lo que pasa?
—Tai...—empezó ella ahora insegura por la respuesta que él le había dado. Seguramente estaba enfadado, pero no se dejó amilanar—. Necesito hablar contigo, es importante.
—¿No habíamos cortado?—preguntó él por el otro lado ligeramente molesto.
—Bueno... de eso quería hablarte—dijo ella—, ¿puedo verte aunque sólo sea un momento?
—Esta bien—dijo él—. Ven por casa, que Yamato se va a ver a su madre y se queda allí hasta tarde.
—De acuerdo—dijo Mimi—. Voy en un segundo. ¡No tardo!
Y entonces, se levantó de la cama y se apresuró a su armario a coger ropa para arreglarse lo más deprisa que pudiera. Mientras lo hacía, pensaba que no sabía cómo había podido vivir sin Sora y su franqueza veinte años antes de conocerla y sonrió ligeramente. Por otro lado, Sora abría la puerta de entrada y se encontró de cara con Yamato. Éste estaba en ese momento consultando su reloj de pulsera y cuando vio a su novia de frente, sonrió y dijo:
—Son las 19:59, Sora. Luego te quejarás de mi falta de puntualidad.
—Muy bien Yamato—dijo ella mientras se ponía el abrigo—. Te has ganado una gominola.
—¿Nos vamos ya?—preguntó al ver que ella ya estaba preparada para irse.
—Sí—afirmó—. Mimi está en plan "soy una desgraciada" y ya le he echado al bronca. Te cuento por el camino.
Tras decir eso, cerró la puerta de un simple tirón, sin preocuparse de cerrarla con llave.
Al rato, ya se encontraban en el aparcamiento subterráneo enfrente del edificio donde vivía la madre de Yamato. Ambos salieron del coche y, antes de marcharse, Yamato se aseguró de haber cerrado bien el coche. Mientras caminaban hacia el ascensor que les llevaría al exterior, Yamato estaba algo nervioso. No dejaba de jugar con el cartón del tabaco que le había quedado vacío, entre sus manos, doblándolo de forma que hacía un ruido muy desagradable. Por lo que Sora, se lo quitó de las manos y lo tiró a la primera papelera que encontró, después le tomó de las manos y le dijo:
—Todo va a estar bien. ¡Tranquilízate!
Él la miró y sonrió. Mejor que ella, nadie sabía lo que era tener una nula o mala relación con una madre, así que su sonrisa y su mano caliente sobre la de él le daban fuerzas para seguir adelante.
Guió a su novia por el aparcamiento hasta dar con el ascensor y salieron de allí. Yamato mientras pensaba en cuánto tiempo llevaba sin ver a su madre. Recordó entonces aquel viaje con ella a París, sí, la última vez que estuvo con ella fue cuando volvieron a Tokio y ella le llevó hasta casa en su coche. Después de eso, ninguna vez más. Ni siquiera una llamada, ni una mísera visita y ya había pasado casi un año...
Por eso estaba tan nervioso. No sabía qué cara ponerle a su madre después de tanto tiempo sin dar ni una señal de vida, odiaba todas aquellas malditas situaciones incómodas en cuanto a su madre. ¿Por qué no tendrían una relación tan cercana como Takeru y su padre? Se ahorraría todos estos quebraderos de cabeza...
Por fin llegaron al portal del edificio y llamó al portero automático. Al momento oyó una inconfundible voz de mujer:
—¿Yamato?
—Natsuko, ya estamos aquí—dijo él—. ¡Ábrenos!
Al momento, oyeron el ruido de la apertura de la puerta y ambos se internaron en el interior del edificio.
Sora miraba al chico de soslayo y preguntó intrigada:
—¿Cómo es que llamas a tu madre por su nombre de pila? Yo a la mía, no la llamaba Toshiko, ni cuando no la hablaba...
—No sé...—dijo él pensativo—, empecé a llamarla así a las trece años o por ahí y como nunca me dijo lo contrario, pues aún sigo llamándola así. Ahora me sería raro llamarla mamá o algo por el estilo...
Sora no dijo nada. Sabía que a su padre no le llamaba por su nombre de pila porque le había oído llamarle papá innumerables veces... ¿tan lejana era su relación con su madre como para ni llamarla mamá? Pensándolo mejor, la verdad es que desde niños, la madre de Yamato había sido una total desconocida para todos. Siempre habían sabido que ella no había muerto y que vivía con su hermano pequeño en Shibuya, pero él nunca hablaba de ella y nunca la habían visto en ningún evento ni nada por el estilo... Era todo muy extraño.
Cuando volvió a la realidad, su novio ya había llamado al timbre de entrada y esperaban por el recibimiento. Al momento, la puerta se abrió y descubrió a una mujer que los miraba sorprendida. Era menuda y delgada, tenía cierto parecido a Yamato, pero al que más sin duda se parecía era a su hijo pequeño. En cuanto los vio sonrió y dijo:
—¡Qué pronto habéis venido, Matt! ¡Pasad!
Ambos entraron en la pequeña vivienda de la madre de Yamato. El rubio vio que su novia y su madre se lanzaban miradas esperando ser presentadas. Así que dijo:
—Natsuko, te presento a mi novia Sora.
—Encantada—dijo Natsuko sonriendo mientras le daba la mano de forma cortés—. Ya me había hablado mi hijo pequeño sobre ti. Como mi otro hijo no da nunca señales de vida...
Sora la miró mientras decía eso. Ella miraba a su hijo mayor con una sonrisa y no vio ningún atisbo de resentimiento, parecía un simple comentario sin ninguna mala intención. Luego miró a Yamato y, al contrario que ella, no parecía hacerle gracia ninguna aquel comentario y simplemente dijo:
—¿Ya vamos a cenar?
Natsuko había borrado aquella sonrisa y cambió a un semblante más serio, incluso dolido. Pero luego volvió a sonreír ligeramente y dijo:
—Por supuesto. Ya está todo preparado. ¡Pasad por aquí!
Los dos la siguieron y en un momento que la mujer no les estaba mirando, Sora codeó a su novio y le miró a modo de riña por el comportamiento tan desconsiderado que había tenido. Pero el chico pasó de ella y siguió caminando sin decir nada.
Al rato, estaban los tres sentados en la mesa comiendo. Sora veía que su novio apenas hablaban y se dedicaba a pelearse con la comida con toda la intención de no ser molestado por nadie y también veía que Natsuko se moría por hablar de algo, así que decidió romper el hielo:
—¡Señora Takaishi! La comida estaba deliciosa. ¡Nunca había probado nada igual!
—Llamame Natsuko, Sora—dijo ella sonriendo—. Me alegro de que te guste. Casi nunca tengo tiempo para cocinar, ni suelo tener muchas visitas. Así que como estáis aquí he decidido lucirme un poco más...
—Pues de verdad que estuvo estupenda—contestó Sora sonriente—. Yamato también suele cocinarme cuando voy a comer a su casa... Ahora entiendo de quién lo ha aprendido. ¿Verdad, Yamato?
Este no la estaba escuchando y tuvo que codearle otra vez para que le prestase atención. El rubio se sobresaltó y miró a su novia con los ojos muy abiertos, como queriendo demostrar que de verdad le interesase lo que le estaba diciendo. Ella frunció el ceño y volvió a decir:
—Le decía a tu madre que ya sabía por qué tú cocinabas tan bien. La comida de tu madre está deliciosa, ¿verdad?
—Sí, lo que sea—dijo él sin darle importancia y de repente se levantó añadiendo—, voy al baño un momento. Disculpadme.
Y se marchó de allí sin decir nada más, dejando a las dos mujeres boquiabiertas. Al momento las dejó solas en la sala sin decir nada. Natsuko de pronto, bajó la cabeza ligeramente y dijo:
—Parece que no hago nada bien con él...
Sora la miró en cuanto comenzó a hablar. La mujer estaba bastante dolida con el comportamiento de su hijo mayor. Ella, en cierto modo, comprendía a su novio. Comprendía que se comportase de forma tan fría e hiriente con ella, apenas había hecho nada para ganarse su cariño, pero en ese momento pensó que quizá se había pasado un poco.
Se levantó y se colocó al lado de la mujer intentando animarla, mientras trataba de excusarle:
—No le haga caso... Es que ha tenido un mal día y no está de muy buen humor.
—No... Si la culpa es mía—contestó ella mirando a la nada—. La verdad es que no he sido la mejor madre del mundo con él. Pero no sé qué puedo hacer...
—Natsuko...—decía Sora—. Puede hacer mucho más... Debería ver a su hijo tocar la guitarra...
Se está haciendo muy famoso por aquí y no descartamos que pueda llegar a mucho más... También es muy inteligente y saca una notas impresionantes en esa carrera tan difícil que él hace. Pronto se va a licenciar y ni siquiera espera que usted esté presente, ni que esté en ninguno de sus concierto. ¿Cómo espera que se comporte? Para él ni siquiera es como una madre, para él usted es la madre de Takeru.
Natsuko la miró con los ojos muy abiertos después de escuchar todo lo que le había dicho. Luego sonrió y se levantó. Sora la vio dirigirse a una estantería y tomar unas cosas. Luego volvió donde ella se había quedado y se lo mostró. Era las fotos del último concierto que había dado Yamato hacía unas cuantas semanas, lo sabía porque había ido ella con Takeru a verle antes de éste último se hubiese marchado. Recordaba incluso que Takeru le hacía fotos.
—Estas me las dio TK cuando fue a verle la última vez. Me hubiera gustado haber estado allí también... Pero... no sé si él querría verme allí.
—Ese es el problema que tienen—respondió Sora—. Su hijo cree que a usted no le interesa lo que haga y usted piensa que su hijo la va a rechazar. ¡No pueden seguir así!
Entonces, Sora tomó su bolso y comenzó a rebuscar en él ante la mirada confundida de Natsuko que se preguntaba qué es lo que estaría buscado con tanto ahínco. De repente, paró de buscar y le mostró lo que tanto había buscado. Parecían dos entradas por el tamaño de estas y el material en el que estaban hechas.
Pero antes de que pudiese preguntar nada, Sora se adelantó y dijo:
—Son las entradas para el próximo concierto que hará Yamato. Es una sala pequeña, pero está muy bien. Iba a invitar a una de mis compañeras de piso, pero creo que es usted la que debería aceptarla. Es el sábado que viene. Espero que no tenga nada que hacer.
Natsuko tomó las entradas en sus manos como si fueran la cosa más impresionante que había visto nunca, luego miró a la chica que tenía delante de ella que esperaba expectante su respuesta. Entonces sonrió y dijo:
—Creo que sí iré contigo, Sora. Nunca he oído en directo a mi hijo y me gustaría mucho...
—Seguro que le encantará verla allí, Natsuko. Se lo aseguro. Se llevará una grata sorpresa cuando la vea.
Pero ninguna de las dos sabía que él ya no podía ser más sorprendido. Yamato se había quedado detrás de la puerta escuchando la conversación. En un primer momento, sí que pensaba ir al servicio, pero nada más salir por la puerta, oyó a su madre hablar con un tono lastimero que le preocupó. Se acercó a la puerta lentamente y la oyó hablar con Sora, entonces se quedó a escuchar hasta ese momento. Sonreía tras escuchar hablar a su novia de aquella forma tan directa que tenía ella.
Le había dado una de las entradas que él le había regalado, a su madre para que fuera con ella a verle y hubiera un mayor acercamiento entre ellos. No sabía qué pensar. ¿De verdad que su madre iría a verle y mostraría más interés por lo que él hacía? Decidió darle el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, se lo había prometido a Sora y no parecía que estuviese mintiendo...
En ese momento, abrió la puerta y se dejó ver en la sala, descubriendo a las dos mujeres hablando tranquilamente, que callaron en cuanto le vieron. Él se rió, haría como que no había oído nada y se haría el sorprendido el día de su concierto. Se lo debía a Sora, además, intentaría llevarse mejor con su madre sólo por ella y por lo que había dicho sobre él todo el tiempo que creía que no estaba.
—Seguro que hablabais mal de mí
—Pues claro—dijo Sora sonriendo—, no íbamos a hablar bien de ti.
Los dos se echaron a reír por la conversación y Natsuko los vio sorprendida. Podía ver en su forma de comportarse el uno con el otro que eran una pareja ideal. Recordó todo lo que le dijo Sora antes, estaba claro que esa chica conocía a su hijo más que ella misma. Había resumido en unas cuantas palabras todo lo que Yamato sentía y parecía comprenderle muy bien.
En un momento, le había dado la oportunidad de formar parte del mundo de su hijo y le había tendido la mano para ayudarla en ello. Sin duda, parecía que Yamato había tenido mucha suerte de haber encontrado a aquella chica. Vio entonces, que los dos seguían metiéndose el uno con el otro bromeando y sonrió. Después de todo la cena no había resultado tan desastrosa.
Mimi se encontraba en frente a la puerta de entrada de la casa de su novio. Hacía un rato le había dicho que pasase por allí para hablar de sus problemas de pareja. Llamó al timbre y esperó impaciente a que él la abriese. Al rato, vio la figura de Taichi asomarse a través de la puerta. Parecía que acababa de levantarse de la cama por la cara de dormido que traía. pero aún así, en cuanto la vio, la miró fijamente y dijo:
—Pasa.
Mimi pasó por alto la bordería del chico y entró en la casa hasta llegar al salón. Todo seguía igual de desordenado, según se pudo fijar. Pero esa ya era una cruzada que nunca podría ganarles a aquella panda de hombres sin ley. Decidió no andarse más por las ramas y se abalanzó contra su chico y le abrazó con todo el cariño del mundo mientras se quedaba tieso como un palo.
Ella entonces dijo:
—¡Taichi, lo siento! Siento todo lo que pasó el otro día... Entiendo que estés un poco inseguro con lo del viaje y eso, pero... quiero demostrarte que no importa. Cualquier problema que tengamos lo resolveremos juntos. Tú y yo... Y con respecto a lo que te dije de cortar y eso... lo siento... soy una
estúpida...
Pero no pudo terminar de hablar, ya que Taichi de pronto la apartó de él. Mimi le miró confusa a los ojos y le vio más serio de lo habitual y eso no era bueno. Se quedaron un momento en silencio, hasta que Taichi le dijo:
—Mimi, yo te quiero... pero no sé si lo que estamos haciendo sea lo correcto.
—¿Qué quieres decir?—preguntó ella más confusa todavía.
—No sé si me quiero ir a Estados Unidos contigo—dijo él finalmente.
—¿Qué?—preguntó Mimi alarmada—. ¿Cómo que no quieres venir? ¿Por qué?
—Durante este tiempo he estado pensando en ello...—comenzó Taichi a explicarse—. No sé si debería marcharme a América, ni aunque me den la beca.
—No entiendo por qué—respondió ella—. Ya sé que tendrás que dejar aquí todo tu estilo de vida habitual y que el inglés no se te da tan bien y todo lo demás. Pero no estarás solo. Yo estaré contigo siempre, te lo prometo.
—Me dejaste el otro día por una simple discusión y dijiste que no querías volver a verme—contestó él de mal humor.
—Lo sé y lo siento—dijo ella empezando a ponerse nerviosa—. Estaba un poco borracha, no sabía bien lo que decía y pensé que no confiabas en mí. Pero te prometo que no volverá a suceder.
—Te conozco más de lo que tú crees—contestó Taichi mirándola fijamente—. Sé que dices las cosas sin pensar y decides cosas que en realidad no quieres. Pero también necesitas que alguien esté ahí diciéndote lo que tienes que hacer... Sé que seguramente Sora o mi hermana te habrán dado el empujón. En América no estarán ninguna de ellas. ¿Cómo quieres que creas en tus promesas?
—¿Entonces eso qué significa?—preguntó ella sintiendo que la furia la invadía—. ¿Vas a dejarme y vas a permitir que no estemos juntos más?
—No lo sé—contestó él entristecido—. Yo te quiero, Mimi. Pero no sé si quererte será suficiente.
No quiso oírle más. Ella se dio la vuelta y se marchó de allí, sin darle oportunidad de replicar ni nada. Sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas y deseaba fervientemente gritar de rabia. ¿Cómo era posible que acabase así? No pensaba permitirlo de ninguna manera. Tras ese último pensamiento, salió de allí más decidida que nunca.