Posted by : Unknown viernes, 6 de febrero de 2015






Epilogo

El tiempo estaba imposible, se decía Mimi Tachikawa mientras conducía en dirección al aeropuerto Kennedy, sintiendo aquella maldita tromba de agua que acababa de sorprenderla en mitad de un atasco. No podía avanzar, la calle estaba atestada y no veía nada aunque el parabrisas funcionase a toda velocidad, porque la cortina de agua sobre su luna volvía a aparecer como si nunca hubiera desaparecido.

Consultó su reloj y resopló cabreada, eran las ocho y media. Quedaban aún cinco horas para tomar su vuelo a Tokio, pero pensaba que al paso que iban, se quedarían estancados para siempre.

¡Qué tiempo tan espantoso!—oyó en el lado del copiloto a Yagami Hikari, su cuñada, que parecía disgustada y emitía maldiciones por doquier—. A este paso hasta perdemos el avión.

No seas tan melodramática—contestó Mimi mientras sacaba de la guantera un pintalabios y se ponía frente del espejo a pasárselo por los labios, ante la mirada divertida de Hikari—¿Qué? No nos movemos.

Hikari se echó a reír y vio que la fila de coches que les precedían comenzaba a avanzar y se lo señaló con el dedo, emocionada. Mimi contempló la luna del coche y vio que la lluvia había amainado y ya se podía conducir con más facilidad, así que metió tercera antes de pisar el acelerador y comenzó a aumentar la velocidad. Cuando logró tomar la salida al aeropuerto, comenzó a recibir una llamada entrante al móvil. Hikari lo conectó al manos libres del coche y enseguida oyeron la inconfundible voz de Yagami Taichi, novio de Mimi y ya prometido:

¿Mimi?—oyó su voz al otro lado.

Hola cariño—contestó ella mientras miraba al frente sonriente—. Estamos tu hermana y yo en el coche en dirección a Kennedy.

¿Ya estáis ahí?—preguntó extrañado—. Pero vuestro avión sale a las doce y algo, o eso creo.

Sí, bueno—contestó ella—, pero es que hemos pillado caravana por la lluvia. Acabamos de salir de ella.

Aquí hace muy bueno—contestó él oyéndolo reír—. Desde que vine apenas ha llovido, es algo inusual en estas fechas. Espero que no entre un ciclón para la boda.

Las dos se miraron asustadas por la idea. Mimi cruzó los dedos mirando a Hikari en busca de buena suerte y ella la secundó. La boda de Yamato y Sora no podía salir mal, debía ser perfecta, ellos había trabajado mucho para ello. Aún recordaba cuando se enteró de la noticia por medio de Sora. Parecía muy emocionada y nerviosa, tanto que hasta la amenazó con no regalarle nada
por Navidad si se le ocurría no ir. Desde entonces no paraba, sonreía cada poco y la llamaba de Nueva York como una loca, importando poco la hora para hacerle preguntas de todo tipo. Era la típica novia paranoica y eso era muy raro en ella.

Sin embargo, en lugar de molestarse por las repetidas llamadas, Mimi estaba encantada. Parecía que era ella la que se casaba y constantemente daba consejos a la novia y miraba vestidos de novia para sacarle fotos y mandárselos a Sora. Pero sobre todo, lo que solía hacer todo el tiempo era insinuar constantemente a su novio que quería casarse, consideraba que ellos también estaban en una edad propicia para el matrimonio y siempre se lo hacía saber cuando tenía oportunidad.

Por ello, un buen día, Taichi había aparecido por el apartamento que ambos compartían desde hacía medio año con un enorme anillo de compromiso en el bolsillo. Él nunca habría hecho algo así, pero conociendo a la chica con la que compartía su vida desde hacía cinco años, sabía que eso sería lo más apropiado. Cumplió con sus sueños, claro que sí, pero como siempre, a medias.

Mientras giraba sin demasiado fuerza el volante en cuanto vio un cartel informativo sobre la dirección del aparcamiento, torció la boca hacia arriba en forma de sonrisa pero sin llegar a reírse. Fue un momento cómico cuando lo vio frente a la cama de su habitación de pie, tieso como un palo y vestido de deporte con el pelo congelado por el frío que hacía y temblando de frío mientras trataba de hacerse el macho. Ella le miraba preocupada porque creía que le iba a pasar algo, pero de pronto, comenzó a decir:

¡Mimi! ¿Quieres casarte conmigo?

Aquello la dejó de piedra. Su novio se lo había dicho de corrido y sin tomarse un momento para tomar aire, le había pillado tan de sorpresa que no sabía que decir, pero él interpretó mal el gesto y se apresuró a buscar algo en el bolsillo:

¡Perdón, que se me había olvidado!—dijo mientras abría una cajita donde le esperaba un anillo de oro con brillantes incrustados, después de encontrar toda la atención de la chica en él, añadió—. ¿Querrías casarte conmigo, Mimi? Me harías el hombre más feliz del mundo.

Se emocionó, pero lo único que hizo fue reírse ante la mirada atónita del chico que aún permanecía allí congelado y con el anillo en la mano. No era la proposición más romántica, pero sin duda, era lo que realmente se esperaba de él. Así que dejó de reírse, dejó que el chico se lo ajustara en el dedo y le dio un largo beso lleno de amor, para finalmente, decirle que sí:

Sin embargo—comenzó a decirle ella mirándole de arriba abajo con una sonrisita en la cara—. Espero que no se te ocurriese entrar en la joyería así… Seguro que te tomaban por un delincuente.

Ahora entiendo por qué me miraban tan raro—dijo él mirando a la nada confuso para reírse y decir—¿Estás contenta?

Mucho—dijo ella abrazándole pero añadió—, pero ¿eres consciente de que durante todo este tiempo va a ser todo monopolizado por la boda?

Soy consciente—contestó él—, así que como dices que da mala suerte que un novio se entere de los preparativos de una boda, yo me mantendré al margen y sólo me compraré mi traje.

Ella le dio un beso y mientras comenzaba a perder sus manos por su camiseta de deporte empapada y la subía hasta hacerla desaparecer de su cuerpo, empezó a besarle por el pecho:

No te lo crees ni tú—fue lo que único que dije antes de reírse y seguir con su labor.

Sonrió con maldad por ello. Aún no habían planeado ninguna fecha para la boda por motivos laborales, pero Taichi le había prometido que lo fijarían cuando volvieran de Tokio y eso le hacía más ilusión. Su novio estaba en Tokio ahora desde hacía unas semanas y había logrado un permiso de tres días por la boda de sus dos mejores amigos. Desde que había logrado acabar el curso en la escuela de diplomacia estaba como en una nube. Se acordaba del primer año que aún le tenía algo de resquemor a Derecho y un nulo nivel en inglés, ahora había sido el que mejores notas había sacado. 

Fue contratado en el consulado japonés para ir escalando puestos poco a poco y hablaba japonés, inglés, francés y un poco de español. Se sentía tan orgullosa de él…

Mimi dejó de pensar en el pasado cuando Hikari levantó el dedo y le informó que había un buen lugar para aparcar mientras lo señalaba. Ella sonrió y miró la plaza que le tocaba, así se lo daría a Michael para que lo fuese a buscar después. Ambas salieron y tomaron las maletas. Mientras, Mimi miraba cómo había aparcado su coche y comenzó a expresar su felicidad en voz alta a propósito de lo bien que lo había acoplado entre los dos coches que había y que Taichi se sentiría orgullosa de ella. 

Hikari se dio un par de golpecitos en la espalda para que parara y ambas se perdieron por el gran aeropuerto apresurándose. De pronto, volvió a oír el teléfono sonar y lo cogió con rapidez. Al momento oyó la voz de Michael diciendo:

¡Mimi, estamos en un atasco!

¿Por la lluvia?—preguntó Mimi consultando su reloj.

No, por una manifestación en el puente de Brooklyn que no nos dejan pasar—contestó Michael mientras susurraba algo a alguien que estaba al lado—.Dice Stacey que parece que los policías han logrado despejarlo. En serio, que me parece muy bien que se manifiesten, yo mismo estuve dando el coñazo frente a Wall Street el otro día, pero otra cosa es que bloqueen el puente.

Ya—contestó Mimi sonriente—. Cuando te molesta a ti está mal, ya veo lo que te importa. Estamos ya en el aeropuerto, os esperamos para que vengas a recoger mi coche.

Colgó y siguieron caminando en la dirección indicada mientras Mimi le contaba todo lo que Michael le había dicho. Casi una hora después, Michael y Stacey hicieron su aparición por la terminal corriendo sin parar y sorteando maletas que se les ponían delante como obstáculos. Mimi los vio y pensó que una mujer embarazada como era Stacey, no debería ir dando saltos de ese tipo a riesgo de caerse. Pero tampoco se sorprendía, ni aun cuando supo que se había quedado embarazada, no dejaba de subirse a las escaleras o de subirse a un avión, sólo que con casi nueve
meses, ya pensaba que debería ver que era peligroso.

Llegaron a su altura y Michael comenzó a regañar a su mujer por hacer cosas tan imprudentes, pero ella no le hacía ni el más mínimo caso. Ella los miraba discutir de aquella forma en la que no existía reproche ni bronca auténtica, desde que había vuelto de Japón hacía ya cinco años, nunca los había visto discutir en serio, ni tener crisis y cuando se casaron, hacía unos pocos meses desde que Stacey se quedó embarazada, parecía que aún se llevaban mucho mejor. Le recordaba a cuando era ella la que salía con él, nada había cambiado en la forma de ser de Michael.

Sentimos llegar tarde—dijo Michael saludando a las dos chicas que les devolvían el saludo con una sonrisa

Stacey les dio un abrazo a las dos como le permitía su ya abultada tripa y ellas se lo devolvieron. Nunca se había sentido tan contenta como el día que ambas hablaron de todo lo que había pasado y se habían reconciliado. Parecía que aquella amistad que habían forjado desde el instituto rota por un hombre, había renacido de sus cenizas de una manera mucho más fuerte y duradera, sin que ya nada pudiera entrometerse entre ellas.

Cuando Taichi llegó a Nueva York junto con ella, los dos fueron los primeros en ser presentados y desde entonces, había ido a muchos sitios en parejas e incluso fueron ambos invitados a la boda de Michael y Stacey. Parecía que Michael no le guardaba ningún rencor a Taichi, ni el propio japonés parecía sentirse amenazado por el norteamericano.

¿Cuándo vais a volver a Nueva York?—preguntó Stacey dejándose coger por su ahora marido.

Confío que por lo menos yo esté de vuelta en un par de semanas—contestó Mimi—. Hikari ya finalizó el año que tenía aquí como beca para estudiar inglés y Taichi aún tiene que arreglar unos asuntos para poder volver.

Más te vale estar aquí cuando me libre de esto—dijo Stacey señalando su embarazo.

Se echó a reír al oírla, ¿cómo podía ser tan bruta hablando de lo que sería su propio hijo? Aunque en el fondo no debería sorprenderla, ya que llevaba llamándolo de ese modo desde el día que supo que estaba esperando un hijo, seguramente debía de ser bastante engorroso estar nueve meses así y tendría muchas ganas de ver a su bebé aparte de librarse de la tripa. Así que no se lo tuvo en cuenta y solamente acarició la superficie abultada de su amiga y dijo:

Estaré aquí aunque tenga que cruzar el Pacífico a nado y recorrerme Estados Unidos de lado a lado a pata. Te lo prometo.

Tampoco es eso—contestó ella sonriente—. Me conformo con que cruces el océano a nado.

Las dos se echaron a reír. Pero al momento, Hikari le indicó a Mimi que ya debían marcharse y se despidieron de la pareja que se quedaron esperando a que se perdieran entre la maraña de personas que iban al mismo lugar. Doce horas después y dos escalas en Dallas y otra extraña en Pekín, las dos ya por fin se encontraban saliendo de la zona de tránsito. Pronto vieron a tres figuras reconocibles que las esperaban con la palabra "Yankis" escrita en un cartón de cereales por detrás, no podían ser otras personas.

Podía distinguir al más alto de los tres, su novio Yagami Taichi, que se encontraba vestido de traje, seguramente porque acababa de salir del Consulado, ya no tenía aquel pelo tan desordenado, se lo había cortado y parecía mucho más adulto que cuando tenía veinte años, estaba más guapo que nunca. Al otro lado, estaba Motomiya Daisuke con una sonrisa de oreja a oreja por ver a Hikari después de seis meses que él había estado en Nueva York. Había engordado bastante desde que dejó el fútbol y se había cortado el pelo. Y por último, en medio de los dos hombres, estaba Takenouchi Sora. Su querida Sora, más bajita que los chicos y con el pelo más largo recogido como lo llevaba su madre siempre, con ese cartón entre las manos y una amplia sonrisa.

Iba vestida muy elegante, con una ropa que había diseñado ella que le quedaba estupenda.
Desde que Sora visitó París junto con Yamato y descubrió la ciudad catalogada como "la capital de la moda", no pudo pensar en otra cosa que no fueran esas boutiques de moda con distintos sellos y volvió a Tokio con una idea clara que replantearía su vida para siempre. Quería ser diseñadora de moda. Y desde entonces, no cesó. Consiguió ingresar en la escuela de moda de Tokio y, junto a otros estudiantes, fundaron una escuela de diseño de kimonos japoneses. 

Sora siempre le contó a ella que su afición desmedida por todas las cosas japonesas había sido la que la había inspirado para crear kimonos que captaran la atención de los mercados occidentales y más o menos, gracias a Internet, cada vez eran más demandados sus diseños. Nunca la había
visto tan ilusionada con nada como con ese arte.

Sora se acercó a ellas y las abrazó con cariño, siendo correspondida por las dos, hacia un año que no la veía y ya se echaban de menos. Se la veía radiante, feliz, más guapa que nunca. Se notaba que pasaba por uno de los momentos más felices de su vida y por nada del mundo la dejarían sola.
También saludaron a sus respectivas parejas. Hikari abrazó con fuerza a su novio, ya que era la que más tiempo llevaba sin verle y Mimi le dio un cariñoso beso para luego perderse por el enorme aeropuerto. Aún tenían muchas cosas que hacer.

¿Ya sabes que Taichi está viviendo con nosotros, no?—dijo Sora sonriente.

Pues claro que vivo con vosotros—contestó él indignado—. Como que os estoy pagando el viaje de bodas por la maldita habitación.

¡Qué exagerado eres, diplomático!—dijo ella dándole palmaditas en el hombro—. Si tienes un sueldo que ya quisiéramos Yamato y yo.

Tampoco es tanto—contestó él—. Y no soy diplomático. Yo trabajo en el Consulado de Japón en Estados Unidos y ni siquiera tengo un cargo importante.

Mientras Taichi trataba de explicarse cómo podía, Sora se reía de él y de su traje que no le quedaba bien, según ella. Salieron del aeropuerto hasta llegar al coche que había alquilado Taichi para estar por Tokio, que era pequeño y de color negro. Se fueron en dirección al nuevo piso en el que vivían Yamato y Sora desde hacía unos meses y allí sería donde viviría junto con Taichi hasta que se volviese a su casa. Se acordó sin darse cuenta del piso que compartió con Sora y Hikari y preguntó:

¿Qué pasó al final con nuestro piso?

Bueno…—contestó Sora un tanto entristecida—. El viejo nos hizo una oferta que fuimos incapaces de aceptar… ya sabes que últimamente con la boda y demás no tenemos mucho dinero, así que… se lo vendió a otra persona. Lo siento.

Mimi no dijo nada. Pensó en ese piso donde se conocieron todos, donde las tres habían vivido durante todos esos meses, donde les habían pasado tantas cosas que no volverían a ocurrir más. Se sintió apenada y Hikari lo notó porque le pasó un brazo por los hombros, pero no parecía animarla. Era como si hubiera olvidado algo importante y lo necesitase con mucha urgencia, un vacío bastante desolador.

Llegaron a la zona de edificios donde vivía Sora con Yamato y se quedaron allí Sora y Mimi porque Taichi aún tenía que llevar a su hermana y Daisuke a casa de este último, ya que Hikari quería ver a la madre de su novio cuanto antes. Las dos se internaron en el modesto edificio en el que sus dos amigos compartían su vida. Era un barrio de clase media donde vivían más o menos
desahogados, pero que esperaban poder dejar cuando ganasen un poco más de dinero:

¿No está Yamato?—preguntó Mimi extrañada de no encontrarle.

Se encuentra en la facultad de Físicas dando una conferencia a no sé cuántos alumnos —contestó ella orgullosa.

Yamato había dejado la música. Fue algo que en su momento era algo inconcebible para todos cuando se enteraron un año después de que ambos estuvieran en Estados Unidos. Él decidió dejarlo todo por centrarse en su carrera y ahora estudiaba para ser doctor en Física mientras realizaba investigaciones con un grupo de compañeros acerca del espacio en una base de operaciones espaciales para descubrir más cosas sobre Marte. Estaba muy orgulloso de su decisión y parecía no haberle afectado nada no ser músico.

Dejaron las cosas y se quedaron sentadas en el sofá que sus amigos tenían en un pequeño y acogedor salón donde realmente no cabía gran cosa, era lo que tenían esos pequeños pisos de Tokio. Mimi volvió a recordar de forma inconsciente su anterior piso. Como era más antiguo, aún era más grande que ese con un salón que era como ese y la habitación de Sora y Yamato juntas.

No es tan grande como nuestro piso—contestó Sora adivinando sus pensamientos—. Pero mientras nuestra situación financiera no sea mejor, no podemos hacer nada. Lo siento.

No pasa nada—contestó Mimi tratando de reconfortarla—. Si ya ves, sólo es una casa más de todas en las que viviremos…

No trates de engañarme—respondió Sora mirándola a los ojos—. Sé que deseabas que nos hubiéramos podido quedar con él… La verdad es que yo también y Hikari… Pero, os prometo que volveré a intentarlo las veces que haga falta. Ese piso será nuestro como sea.

Mimi sonrió un poco más animada. No quería que Sora estuviera acosando a los nuevos compradores con constantes ofertas y llamadas telefónicas por el piso, pero sí que deseaba poder volver a poner los pies en ese piso de estudiantes. Se quedaron en silencio, pero Sora no era capaz de estarse quieta. Se levantaba y se sentaba tantas veces que hasta ella se sentía cansada. La tomó del brazo cuando pensaba levantarse a por otra cosa y volvió a sentarla en el sofá para decirle:

¿Qué te pasa? Deja de levantarte tanto.

Lo siento—contestó la susodicha mientras colocaba las manos de un lado a otro sin decidirse por ninguna forma en concreto—. Es que últimamente estoy muy nerviosa y no soy capaz de estarme quieta.

¿Estás nerviosa por la boda?—le preguntó ella sonriente al notar cómo se ruborizaba.

Bueno… la verdad es que…—comenzó a decir, pero al final se puso seria y dijo—. Para qué te voy a engañar. Estoy muerta de miedo y nervios.

Mimi se acercó a ella enternecida y la abrazó con mucha ternura. Podía notar lo tensa que estaba su amiga por todos los acontecimientos que le venían encima y lo nerviosa que se encontraba por la fuerza con la que la abrazaba. Lo comprendía, debía de sentirse dividida entre la emoción y el temor a que algo saliese mal. Pero sabía que no iba a pasar nada malo, que todo iba a salir estupendamente y que ella y Yamato estaban tan hechos el uno para el otro que era imposible que algo pudiera hacer que ese día fuera malo.

Todo saldrá bien, ya verás—contestó ella acariciando su pelo con cariño—. Yo estaré ahí ultimando todos los detalles y será perfecto. La mejor boda de la historia.

¿Seguro?—preguntó Sora con una ceja arqueada—¿Mejor que la macro boda que vas hacer tú con Taichi y sus ingresos millonarios? No lo creo.

Taichi no gana tanto—dijo ella restando importancia—, y nuestra boda no será tan voluptuosa como tú crees que será. Nos casamos gracias a mi padre y al señor Yagami, nosotros aún pagamos la hipoteca de nuestro piso enano de Nueva York…

A mí mientras hagáis barra libre me vale—contestó ella y luego bajó la cabeza para decir—. Gracias por comprenderme, Mimi. No te imaginas lo que te eché de menos. 

Las dos se quedaron en silencio una vez más abrazadas, Mimi tratando de reconfortar a su querida amiga y Sora dejándose mirar por la americana y notando cómo el agobio comenzaba a hacerse más llevadero aunque no terminase. Pero estaba mucho más aliviada de poder habérselo hecho a saber a una de sus mejores amigas en el mundo.

Mimi por su parte, abrazaba con fuerza a Sora, pensando que ella también pasaría por algo así y sonrió para sí misma contenta. Sabía que todo saldría bien y que Yamato y Sora podría estar juntos para siempre. "Sí, quiero", eso fue lo último que Sora dijo antes de ser declarada oficialmente mujer de Ishida Yamato. Después de eso, se besaron con tanto amor que hasta ella misma podía apreciarlo. Por fin sus dos amigos podían ver cómo su amor crecía hasta el punto de iniciar una nueva vida de matrimonio que, aunque para ella ya eran como un matrimonio desde hacía ya dos años que vivían juntos y habían pagado ese piso entre los dos.

Los dos estaban uno enfrente del otro mirándose con una sonrisa en la cara que delataba lo felices que se sentían en ese momento. Yamato estaba guapísimo, con la edad parecía haber mejorado físicamente y habían madurado sus facciones a la vez que su edad y Sora había sorprendido a todos los invitados por lo preciosa que estaba, cómo se había arreglado el pelo o lo original que era su vestido de bodas diseñado entre ella y sus compañeros de trabajo. Ella se había quedado totalmente impresionada cuando se lo enseñó por primera vez y más cuando se lo vio puesto. Estaba tan guapa que apenas podía mirar a otro lado que no fuera a ella.

Todos habían sido testigos del enlace. Takenouchi Toshiko estaba sentada junto a Takaishi Natsuko e Ishida Hiroaki en la primera fila, terriblemente emocionada y con lágrimas en los ojos que surcaban su rostro, que hasta entonces le había parecido imperturbable.

Takeru estaba al lado de su madre, también estaba muy guapo y elegante, se parecía más a su hermano que cuando le conoció la primera vez, salvo por sus rasgos más suaves y más juveniles. Seguía en París viviendo y trabajaba en un periódico como becario, pero parecía que le iba bien. Una vez, la había llamado a Nueva York hablando emocionado sobre un proyecto de escrito acerca de sus vidas en Japón, le dijo que quería ser escritor, que le llamaban las letras y que consideraba que su vida había sido como una novela.

Ella no pudo evitar darle la razón porque así había sido. Catherine de la Fountaine, nada más llegar a París de vuelta, comenzó a buscarle. Se conocieron un buen día en una biblioteca cuando ella ya pensaba que no le encontraría y comenzaron a salir. Fue algo precipitado y claramente no lo habían pensado antes, pero comenzaron a salir y estuvieron juntos durante casi un año. Luego lo dejaron y volvieron a salir más veces hasta que la cosa no
pudo continuar, así que decidieron quedar como amigos. Catherine ahora vivía con su novio en París y Takeru con sus abuelos al otro lado.

No parecía tan afectado por no estar con la francesa que como cuando estuvo con Hikari, pero aún así la había querido mucho y se lo había hecho saber a ella en varias ocasiones. Sabía que le a él le hubiera gustado que Catherine hubiese estado allí con él. Mimi volvió la vista y vio a Hikari junto con Daisuke abrazados con la mirada fija en la escena que ocurría enfrente de ellos. Hikari se llevaba los dedos de su mano derecha para limpiarse las lágrimas que salían de sus ojos y su novio pasaba una mano por su espalda reconfortándola. Habían tenido también muchas crisis y rupturas durante esos cinco años, pero cada día tenía más claro que entre ellos existía el hilo rojo del destino por el que no importaba donde se dirigieran, siempre volverían a estar juntos.

De pronto, notó una mano sobre su hombro y volvió la cabeza para encontrarse con el rostro de felicidad de Taichi. Iba tan guapo como siempre y parecía muy emocionado por la boda de sus amigos, lo supo rápidamente cuando le dijo: 

Cuando volvamos los dos a Nueva York nos casaremos. Te lo juro.

Espero que así sea—contestó ella abrazándole.

Koushiro estaba al lado de Taichi y sonrió al verlo así. Él también había crecido mucho, en contra de las teorías de sus amigos hace años de que se quedaría enano para su edad y su rostro ya no era ese de adolescente-adulto que era antes, ya había madurado. Koushiro había triunfado por encima de los demás, su talento para los ordenadores había sido rápidamente descubierto y, nada más licenciarse en la Ingeniería Informática, fue contratado en una importante empresa japonesa y desde hacía dos años trabajaba allí ganando mucho más que Taichi. Pero él nunca se burló de ellos ni lo recordaba con retintín, nunca había sido un chico así, al contrario, él se alegraba de los logros laborales de sus mejores amigos.

La única pega de todo lo que había pasado esos cinco años era que él y Miyako ya no estaban juntos. Lo dejaron un año después de que se fuera a Estados Unidos cuando ya llevaban varios meses viviendo los chicos al lado de ellas y el responsable de todo eso tenía nombre y apellido: Ichijoji Ken.

Era increíble pensar en ello, pero así había sido. Miyako había conocido a Ken en una etapa mucho más amable y formal que la que ella lo había conocido, un comportamiento que seguramente la vecina de abajo había sacado a golpe de denuncias. Un buen día, ella le había dicho que quería a Koushiro, pero que no funcionaba, que pertenecían a mundos muy distintos y que no podía seguir así. Días después, Sora le contó que Miyako lo había dejado con Koushiro y dos meses después, que salía con Ken.

Mimi no buscó a Miyako entre la multitud, ella estaba de viaje con su marido desde hacía un mes. No había venido a la boda y no le había preguntado a Sora si la había invitado, después de lo de Koushiro las relaciones con Sora y Hikari no eran tan fuertes como antes.

Pero la mujer que estaba sentada al lado de Koushiro la hacía sonreír por él, era su prometida también y llevaban juntos desde hacía unos años, eran tal para cual los dos y se alegraba de que su amigo hubiese encontrado a alguien después de todo.

Mimi—la llamó de pronto Taichi tomándola de la mano—. Sora viene hacia aquí.

Ella sonrió y se levantó para reunirse con su amiga y abrazarla con mucho cariño junto con Hikari. Había echado mucho de menos vivir con aquellas dos chicas durante esos cinco años y, aunque sabía que no volvería a vivir esos años en su vida, se alegraba de poder tenerlas al lado para poder rememorarlo toda la vida.

Estoy muy feliz—les dijo Sora emocionada.

Nosotras también—contestó Hikari abrazándola con cariño.

Gracias por estar—dijo Sora tan bajito que sólo pudieron oírla las dos chicas.

Estaremos siempre—contestó Mimi también conmovida como una de sus mejores amigas.

Se volvieron a abrazar las tres y Mimi sintió deseos de echarse a llorar por millonésima vez. Las bodas siempre eran muy emotivas, pero lo era aún más la boda de una amiga a la que le había costado ser tan feliz como había sido Sora. Pronto se vieron rodeados por sus respectivas parejas. Yamato abrazó a las dos chicas también muy emocionado y se quedó entre Taichi y Koushiro.
Cuando Takeru y Daisuke se unieron a la reunión improvisada, Yamato sonrió y dijo:

¿Quién quiere comer y barra libre?

Todos se echaron a reír y salieron del recinto donde se encontraban para comenzar a ir marchándose al restaurante donde seguirían la fiesta después de haber visto cómo Sora y Yamato se unían en matrimonio. Cuando Mimi se sentó en el coche junto con Taichi y sonrió al pensar en todo lo que habían vivido hasta ese día todos juntos.

"Y lo que nos queda por vivir", pensó finalmente con una sonrisa mientras volvía a acomodaba en su asiento de copiloto.

FIN.

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