Posted by : Unknown
viernes, 6 de febrero de 2015
Capitulo 37: Promesa
El calor era sofocante. Todo el mundo sabía que se aproximaba la época de tormentas y aquel calor era el preludio de una serie de éstas, que no sabían cuándo terminarían. Mimi leía esas últimas noticias meteorológicas por Internet y sintió un escalofrío que le recorría toda la espalda. Odiaba las tormentas con todas sus fuerzas, ¿no podría sólo llover? ¿Por qué tenía que haber rayos y truenos? Le ponía los pelos de punta sólo de pensarlo. Decidió no mirar más el tiempo para no estresarse y consultar la última nota que le quedaba. Estaba en la biblioteca esperando a que Miyako saliese de la revisión del último examen que no aprobó y la americana sí; cuando una compañera, que había pasado por allí hacía un momento, le había informado de que la nota ya estaba colgada y que podía verla.
Estaba la facultad al lado y podía ir si quería en un momento y mirarla, pero era más cómodo buscarla por Internet mientras su amiga volvía. Así que se había puesto manos a la obra hasta que hizo una parada en el tiempo meteorológico y volver. Ahora sí tenía que ver la nota. Estaba bastante segura de que estaba aprobado porque era una asignatura muy simple y todos la aprobaban, así que no estaba muy nerviosa. Introdujo sus datos y corrió a ver lo que había sacado y la respuesta no tardó en aparecer. Había aprobado.
No pudo evitarlo. Se levantó de la silla donde estaba emocionado y empezó a saltar de alegría y a hablar más alto de lo que se podía en una biblioteca por lo que fue silenciada con cortos susurros y dedos en los labios del resto de alumnos que estudiaban a su alrededor. Ella se dio cuenta y pidió perdón para volver a sentarse, avergonzada.
Pero alguien conocido la había visto y se acercaba a ella. Mientras tanto, ella escondía la cabeza detrás de la pantalla abierta de su ordenador portátil para desaparecer de la vista de las demás personas que la había visto saltar. Así, con suerte, olvidarían antes lo que había hecho. Por ello, no se había dado cuenta de quién era la que había aparecido a su lado y seguía autocompadeciéndose por lo ridícula que había estado.
—¿Mimi? —oyó de pronto la americana que la nombraban con un exótico acento que hacía un tiempo que no oía.
Se dio la vuelta y se encontró de lleno con Catherine de la Fountaine. Se le quedó la boca abierta al verla frente a ella, sin podérselo creer. Habían pasado varios meses desde que tuvo aquel encontronazo con ella en el baño después de haber empezado a salir con Taichi casi en sus narices. Desde entonces ni se habían visto. La americana no dijo nada cuando la vio y, al ver que la chica no parecía decidirse a decir nada, iba a pasar de ella para volver a poner la vista en su
pantalla, pero la chica francesa decidió hablar:
—¿Ha… ha salido la nota de Historia de las Lenguas?
—Sí —asintió la chica de forma cortante, dando a entender que no quería hablar más con ella.
—Me pareció que habías aprobado… —siguió la chica intentándolo más avergonzada que antes—¡Enhorabuena!
—Gracias—contestó Mimi con el mismo tono cortante de antes.
Catherine notó el detalle, pero no parecía querer darse por vencida. Continuó hablando, ahora del tema que realmente quería hablar:
—Ayer te vi con Taichi a la salida… Se os ve muy felices juntos. ¡Me alegro mucho por vosotros!
—¿Qué es lo que quieres?—le espetó Mimi ya enfadada—, creo que no tengo nada que hablar contigo y menos de mi novio y cómo sea nuestra relación.
La francesa la miraba sin decir nada, pero parecía muy disgustada por haber sido rechazada. Se quedó en silencio un momento, como si luchase con unas palabras que no sabía muy bien cómo expresar, pero quería ser comprendida. Carraspeó ligeramente y dijo:
—Me voy a marchar de Japón en dos días. Pero no quiero marcharme sin haber hablado contigo antes—al ver que Mimi la escuchaba y que no pensaba decir nada, prosiguió—, durante este tiempo he estado pensando en lo que pasó con Taichi. La verdad es que todo lo que hice fue terrible. Me avergüenzo de mí misma.
Mimi relajó un poco el gesto al escucharla hablar, pero aún tenía una duda que quería solucionar cuanto antes:
—Pero, ¿por qué lo hiciste?
Catherine la miró sorprendida por la pregunta, pero se quedó pensando en cómo responderla adecuadamente. Se quitó un mechón rubio de la cara para enredarlo en su dedo índice, algo que solía hacer cuando estaba nerviosa y dijo:
—No sé… Te vi cuando ya llevabas un tiempo aquí y te habías ganado a todos los alumnos de esta facultad. Todos hablaban de ti muy bien y te adoraban, por ello quise conocerte. Cuando te conocí, vi que eras mucho mejor de lo que decían: eras guapa, hablabas genial el japonés y tenías a tus pies a un chico encantador. Sin poderlo evitar te cogí mucha manía.
—¿Por ello quisiste ir a por mi novio?—preguntó Mimi sintiendo que se enfadaba.
—Bueno—dijo Catherine—, a mí también me gustaba, la verdad. Pero vi que los dos os queríais aunque intentarais ocultarlo el uno al otro. Ahí vi mi oportunidad de quitarme de encima toda la manía que te tenía, quedando yo por encima.
—Pero nada te salió bien—contestó Mimi sonriendo orgullosa—. Al final, nosotros estamos juntos y tú te has quedado sola.
No quería ser dura, pera estaba muy enfadada y no iba a ponérselo tan fácil a esa chica en la que había confiado y la había traicionado en lo que más le había dolido. Si podía hacerla pasarlo mal todo lo que pudiese, lo haría. Porque su orgullo estaba en juego.
La chica la miró a los ojos, pero no vio reproche por echarle en cara esas cosas, ni intención de defenderse. Lo que vio fue arrepentimiento y deseo de solucionar los problemas, pero aún así no se dejó amilanar. Tenía que ser firme.
—¡Perdóname, Mimi!—dijo Catherine en voz baja—. Si pudiera dar marcha atrás y me permitiese pensar un segundo más lo que iba a hacer, te juro que nunca lo hubiera hecho.
—Han pasado varios meses…—comenzó a decir Mimi—, ¿por qué ahora decides que quieres pedirme disculpas?
—Porque después de todo esto, mi vida en Tokio ha sido un infierno—contestó ella—, todo el mundo se enteró de lo que había pasado y me miraba mal.
Las cosas no han sido fáciles y encima sabiendo poco este idioma, todo fue mucho peor. He estado a punto de marcharme a Francia de nuevo. Pero no sé, todo esto me ha hecho aprender a controlarme más y a madurar, supongo. Por eso, necesito pedirte perdón Mimi, aunque nunca más nos volvamos a ver. Pero así podré marcharme de aquí con la conciencia tranquila de que he hecho lo correcto. La americana la observaba más enternecida. No parecía mentirla y había oído de buenas fuentes que mucha gente la había hecho el vacío después de enterarse de lo que había pasado. Mimi siempre sospechó que Miyako había tenido algo que ver en todo eso. Volvió a mirarla y pensó en lo que le acababa de decir.
Sabía lo terrible que era nunca ser perdonado ni saber perdonar, si nunca hubiera sabido perdonado a Michael y si él nunca la hubiese perdonado seguramente toda la vida tendría esa espinita que le habría impedido ser feliz. Sonrió y le puso la mano en el hombro para que la mirara a los ojos. Catherine la miró esperanzada y cuando vio la sonrisa en su rostro, se relajó esperando su respuesta, que no tardó en llegar:
—Está bien… Dejemos esto como si nunca hubiera pasado. Te perdono.
—¿De veras?—preguntó Catherine contenta—¡Gracias, gracias!
—Tranquila—contestó Mimi cortés, haciéndola entender que la perdonaba, pero que no eran amigas ni nada por el estilo.
Catherine lo entendió y se alejó de ella para darle espacio vital. Después de ello, sonrió y dijo:
—Tengo que marcharme ya. Pasado mañana sale mi avión para París y aún tengo papeleo que arreglar.
—De acuerdo. Ten buen viaje—contestó Mimi.
—Gracias por todo—se despidió la chica alejándose de allí—¡Adiós! Espero que alguna vez en nuestra vida nos veamos.
—¿Estarás en París?—preguntó ella y, al ver el asentimiento de la chica, añadió—, tengo un amigo que vive en París desde hace poco.
—¿Cómo se llama?—preguntó ella curiosa.
—Se llama Takeru—contestó sonriente—, es un chico encantador que se marchó bajo una gran tormenta, pero que aún espera encontrar el sol.
La francesa no comprendió al principio la metáfora y se quedó en silencio, intentando comprender lo que quería decir. Pero de pronto, abrió los ojos y su rostro se iluminó como si una pequeña bombilla lo hubiera encendido, lo acababa de entender:
—Yo también me voy con una tormenta—contestó ella mirando intencionadamente por la ventana, viendo claramente que había comenzado a llover—, espero yo también encontrar el sol en París.
—Seguro que sí—contestó Mimi sonriendo.
—¡Adiós Mimi!—dijo por última vez.
La vio alejarse sin mirar atrás y sonrió. Se alegraba de poder pasar página en ese episodio desagradable de su vida en Tokio. Ahora podía recordarlo como algo pasado y no como una herida abierta, como su ruptura con Michael o la mejora de su relación con Sora… Quizá debería hablar con Stacey cuando volviera a Estados Unidos y volver todo a ser lo de siempre.
Se sonrió al recordar lo que le había dicho a Catherine. Sabía que pensaría en ello cuando volviera a su país y sonreiría al encontrar sentido a lo que ella había dicho y pensaría en ese chico que, como ella, se fue con las manos vacías, pero aliviado de poder curar todos sus errores. Sabía que ella querría saber de él y le buscaría por todo París, aunque sólo supiera que se llamaba Takeru…
Después de ello, no sabía que ocurriría, pero deseaba fervientemente que se encontrara con él. Ambos tenían derecho a ser felices, aunque no sea de la manera que ellos buscaban…
—¿Esa de allí es Catherine?—oyó de repente a sus espaldas.
Miyako acababa de llegar a su mesa y había visto desde la puerta por la que había entrado cómo la francesa se alejaba de la mesa de Mimi hasta el otro lado de la biblioteca:
—Sí, era ella—contestó Mimi—, venía a despedirse.
—Pero…—comenzó a decir Miyako.
—¿Nos vamos?—le cortó de tajo la frase Mimi—¿no teníamos que ir a buscar a Koushiro a su facultad?
—Sí…—asintió simplemente Miyako.
—Pues vámonos—finalizó la conversación la americana.
Se fueron de allí, con rapidez para que la lluvia no les pillase de lleno, aún con los sonidos de los alumnos de la biblioteca que pedían silencio por segunda vez.
Sora se encontraba sentada en el sofá de la casa de su madre fumando, pensativa. Había ido a buscarla a la tienda y ambas se habían ido a casa de su madre para comer juntas. Llovía un montón, por lo que habían ido en el coche de Toshiko hasta su casa para no mojarse. Llevaba sin decir nada desde que había ido a buscarla y seguía sin tener intención de hablar, por lo que su madre se había ido a preparar la comida, para dejarla tiempo para pensar.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Y no se atrevía a decírselo claramente a su madre porque pensaría que era una tontería. Era una tontería y se avergonzaba por sentirse así, pero no podía evitarlo. Al momento, su madre volvió, pero sin nada para comer y eso la extrañó. Toshiko se sentó a su lado sin decir nada y Sora ya sabía qué ocurriría, le haría el interrogatorio. No tardó mucho en tener razón:
—Te veo más callada de lo normal, Sora—empezó Toshiko a decir—¿Me vas a contar lo que te ocurre?
—Sabía que venías a preguntar eso—contestó Sora suspirando, se tomó un poco de tiempo y, finalmente, dijo—, es una tontería pero no puedo evitar estar angustiada.
—Seguro que no es ninguna tontería—la consoló enternecida—, ¡venga cuéntamelo!
—Yamato dice que quiere ir a visitar a su hermano y a sus abuelos a París—empezó a contarle Sora—, y quiere que yo le acompañe.
—Pero eso es fantástico—dijo Toshiko emocionada—. Entonces dime qué es lo que te atormenta.
—Pues eso—contestó la chica por fin animándose a hablar—, dice que quiere ver a su abuelo que, aunque ya está en casa, se quedó muy preocupado por no poder estar con él y quiere ir este mes. Me dijo que quería que les acompañase a él y a su madre porque va a estar más de un mes allí y no quiere estar tanto tiempo sin verme… A mí me gustaría ir, mamá, pero… no sé… todo es tan rápido que me da mucho miedo.
—¡Eso es normal!—la animó su madre—. Es normal que te dé miedo, Sora. Si ya te costó un montón conocer a su madre… Pero no debes dejar que ese miedo te eche atrás.
—¿Qué debo hacer, mamá?—preguntó Sora.
—¿Qué es lo que quieres tú?—le preguntó Toshiko.
Sora se quedó pensando en lo que le había preguntado. ¿Qué quería ella? Ella quería estar con Yamato, claro estaba, pero no se atrevía a aceptar. Era algo que le avergonzaba y no quería quedar delante de la familia del chico como una aprovechada que se quedaba con ellos un mes entero. No estaba segura de qué pensar:
—Yo… yo quiero ir—dijo ella—, pero van a pensar que soy una gorrona y me aprovecho de ellos…
—Bueno, si eso es lo que preocupa, entre tú y yo podemos pagarte el viaje a Francia y la vuelta—le dijo Toshiko dando una solución.
—Sí… pero no es eso—contestó Sora deprimida—. No sé si me siento preparada para algo así. Es cruzar el continente para estar con él todo el tiempo con él y su familia…
—Entiendo…—dijo Toshiko suspirando—. Verás, cariño. Deberías olvidar todos tus miedos y hacer la prueba. Si te quedaras aquí, te arrepentirías, te lo aseguro—al ver que su hija seguía indecisa, añadió—, además estoy segura de que Yamato y tú estáis hechos el uno para el otro. Nada puede cambiar eso.
—¿Tú crees?—preguntó Sora emocionada.
Toshiko asintió y Sora se sintió segura de nuevo. Ahora deseaba irse en ese mismo momento y decirle a Yamato que podían irse al día siguiente. Le dio un beso en la mejilla a su madre muerta de felicidad y alivio por haberla ayudado a decidirse y dijo:
—Creo que Mimi y Taichi se van a finales de junio a Nueva York. Le diré a Yamato que nos vayamos después de que ellos se marchen.
—¿Se van tan pronto?—preguntó Toshiko.
—Sí—le contestó ella—. Taichi va primero unas semanas para solucionar problemas con residencias y universidad si le dan la beca y después, sus padres van allí a ayudarle a instalarse, pero yo creo que va para conocer a los padres de Mimi cuanto antes.
—¡Qué adorables!—dijo Toshiko sonriendo enternecida.
De pronto, se oyó el timbre que avisaba que en el horno ya se había terminado y comenzaron a comer, contándose los planes a partir de entonces. Por la tarde, Sora había quedado con su novio antes de entrar a trabajar. Estaba de muy buen humor por ir a conocer París y otro continente para
variar, esperaba conocer muchos monumentos y arte que le habían dicho que había allí y se sentía muy ilusionada. Tanto, que cuando le vio aparecer por la esquina empezó a llamarle con las manos en alto. Él se acercó y antes de cualquier saludo, dijo:
—¿Quién eres tú y que has hecho con Takenouchi Sora?
—¡Cállate!—dijo ella frunciendo el ceño.
—¡Vaya! Y yo que creía que esa agradable mujer del otro lado de la esquina era una sustituta de mi…—al ver que Sora empezaba a enfadarse dijo—, adorable novia.
—Eso está mejor—contestó ella.
Él se echó a reír y le dio un largo beso. Ella le correspondió, contagiada de su buen humor y, cuando se separaron, sonrió complacida y dijo:
—Quiero hablar contigo sobre lo de ir a Francia.
—Está bien—contestó él—, si no puedes ir, no vamos. No tienes por qué preocuparte.
—¿Cómo que no vamos?—preguntó ella confusa—, ¿y tú qué?
—Si tú no puedes ir, yo me quedo contigo—cuando ella iba a abrir la boca, la cortó de golpe—. No me vas a convencer. No voy a estar un mes entero sin verte, eso es algo que tengo claro.
Sora sonrió. Pasó sus brazos por el cuello del chico y le dijo:
—Pues vas a tener que aguantarte, porque vas a tener que ir llamando a tu abuela para que te espere. Me voy contigo.
Yamato abrió mucho los ojos y, al momento, sonrió de forma abierta. Atrajo a la chica con sus manos por la cintura y le dio un corto beso en los labios:
—Me parece estupendo—fue lo único que dijo antes de intentar volver a besarla.
—Pero te pongo dos condiciones—contestó ella de repente, frustrando su intento de volver a besarla—, la primera condición es que no nos vamos a ir de aquí hasta que Taichi y Mimi se hayan marchado a Estados Unidos—Yamato asintió ante esa condición, dando a entender que también había pensado en eso y prosiguió—, y la segunda es que yo me voy a pagar los viajes de ida y vuelta en avión.
—¿Por qué?—preguntó él molesto—, a mí no me importa pagarlo por ti. Eres mi invitada.
—¡Me da igual!—contestó ella—. O lo tomas o lo dejas.
El rubio gruñó a modo de respuesta y ella sonrió una vez más, pero con malicia. Había logrado convencerle de hacer lo que ella quería. Le dio un abrazo y se despidió:
—Tengo que entrar a trabajar. Te veré luego.
Él asintió resignado y le dio un corto beso antes de entrar en el negocio. Yamato se quedó allí un rato sin moverse, más contento que cuando había llegado allí. Había creído que finalmente no se irían a París y estaba un poco decaído, pero al final todo salió como él lo había planeado. Miró una última vez hacia donde Sora había entrado y se dio la vuelta para perderse entre las calles siempre atestadas de gente.
Taichi estaba deprimido. Hacía unos días había tenido su último examen y había sido terrible, nunca en su vida había pensado que un examen podía ser tan espantoso, hasta había visto las caras blanquecinas y las miradas de terror de la mayoría de sus compañeros. Estaba perdido, por culpa de ese maldito examen iba a echar por tierra el único sueño que había tenido en mucho tiempo.
Había estado con sus padres hacía unos días y habían tratado de animarle diciéndole que aún no sabía lo que iba a pasar y que tuviera paciencia. Los nervios y el shock que le había producido el examen de primeras, le impedían ver las cosas que había contestado bien y era incapaz de ver nada más allá de lo que él consideraba.
Estaba hecho polvo. Por más que intentaba parecer confiado y optimista, no podía evitar sentirse profundamente afectado. Si no aprobaba, no tenía otra oportunidad, era esa vez o nunca. Si no hubiera dejado la carrera a la mitad, ahora no tendría ese problema. Podría estar relajado y con la conciencia tranquila.
Un compañero le había llamado y le había dicho que la nota ya había salido, pero no tenía energías para mirarla. No quería enfrentarse a esa realidad tan temprano y eso que él siempre era el primero en hacer todo, pero esa vez no quería ver que todo lo que había hecho iba a ser en vano.
De pronto, llamaron al timbre de casa y tuvo que levantarse del sofá. Seguramente Yamato se había olvidado de las llaves, porque Koushiro estaba en la biblioteca y luego tenía un examen. Pero cuando abrió la puerta, se encontró de lleno con Mimi, que le miraba muy fijamente. Él no supo qué decir y se apartó para que ella pudiese pasar, pero no se movió. Permaneció en su lugar hasta que decidió hablar:
—Me ha llamado Hikari. Dice que hoy sabes la nota de tu último examen.
—Sí—afirmó Taichi simplemente.
—¿Cuál es la nota?—preguntó ella.
—No la he mirado—contestó ligeramente desanimado.
—Lo imaginaba—contestó ella tranquilamente—. Te conozco tanto que sé hasta cuando te aterroriza saber la verdad.
—¡No me aterroriza!—exclamó el chico ofendido—. Iba a verlo justo ahora.
—Sí ya…—contestó su novia con una sonrisita.
Iba a replicar una vez más, pero ella extendió la mano hacia él. Estaba invitándole a hacer algo que no llegaba a adivinar. La miró confuso y ella sonrió ladeando la cabeza, dándole a entender que no le haría algo malo. Pero no se fiaba:
—¿Qué ocurre?—preguntó simplemente.
—No voy a dejarte que pases por este mal trago tú solo—contestó ella extendiendo más su brazo hacia él—, esto nos incumbe a los dos y yo quiero que lo veamos juntos.
Sin decir nada más, le tomó de la mano y le obligó a volver a entrar en el interior de la casa. Él trastabillaba y se tropezó una de las veces con un pesado libro de fórmulas que seguramente su amigo Yamato había dejado olvidado en el suelo. Se lamentaría del golpe en otra ocasión, ahora tenía otro asunto que tratar:
—¡Espera, Mimi! No es necesario verlo ahora…—trató de decir mientras la detenía por un momento.
—¿Por qué no?—preguntó ella haciéndose la loca—, ¿no decías que no te daba miedo ver la nota? Ahora es un buen momento para hacerlo.
Él, sin embargo, no parecía contento con la resolución y seguía quejándose sin ningún éxito hasta que se adentraron en su habitación. Taichi parecía no poder controlar más la situación y se interpuso entre su novia y su ordenador, muy serio. Ella también le miró seria y preguntó:
—¿Se puede saber dónde está el problema? ¡Tenemos que ver la nota cuanto antes para poder tramitar la beca! No te comprendo…
—Es que…—trató de darle un excusa que prorrogara el tiempo de enfrentarse con la realidad, la que fuera, incluso si era una tontería… pero no la encontró, así que bajó la cabeza y se descubrió—, no me atrevo a hacerlo.
—Pero…—trató de decir ella, pero no la dejó continuar.
—¡No me atrevo!—bramó el chico más molesto consigo mismo que con ella—. Es mi última oportunidad para conseguir lo que quiero y no estoy seguro que lo que vaya a salir me beneficie. No sé si quiero desilusionarme tan pronto…
Mimi le contemplaba en silencio mientras él se sinceraba de forma torpe a ella. Sonrió enternecida y le tomó de la mano, haciendo que él levantase la cabeza para mirarla a los ojos. Él debió de ver la mirada conciliadora de sus ojos porque se relajó y, justo después, le dijo:
—Sabía que era eso lo que te ocurría. Hikari y yo lo imaginamos en cuanto, aquel día que te preguntamos por tu examen, pusiste aquel gesto que intentaba ser neutro sin lograrlo.
En respuesta, Taichi resopló molesto y avergonzado por ser tan predecible. Se sentó en el suelo indignado y se cruzó de brazos mirando a otro lado. No pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de rojo al sentirse tan profundamente patético delante de la norteamericana. Ella se enterneció y trató de sentarse enfrente de él, pero el chico no quería mirarla y seguía obcecado en su enfado. Mimi lo volvió a intentar, tomando el mentón del chico con su mano, obligándole a mirarle a los ojos. Finalmente, él se rindió al escrutinio de la chica y la miró a sus ojos fijamente. Cuando se vio atendida al cien por cien por su novio, sonrió satisfecha y dijo:
—Tai… No pasa nada porque no te atrevas, por eso estoy aquí. No voy a dejar que pases este trago tú solo. Sea lo que sea da igual, estaré contigo en el momento…
—Pero… ¿si no lo consigo, qué haremos?—preguntó él finalmente.
Ella se quedó en silencio sin dejar de mirarle. Taichi temió por un momento que ella no hubiese pensado en esa posibilidad ahora que ya todo parecía hecho y le desanimase más. Pero sin embargo:
—Si no te la conceden, ya pensaremos lo que haremos. Ahora mismo no sabemos qué pasará…, pero seguro que todo sale bien y no tenemos que pensar en otro plan.
Eso pareció reconfortar a Taichi y estaba animado a seguir adelante. Encendieron el ordenador y esperando impaciente porque terminase de encender. Este ordenador era particularmente lento y desquiciaba a la norteamericana, que no pudo evitar decir:
—¿Cómo puedes tener el portátil así?
—Sí, debería formatearlo—se disculpó el chico sonriente.
Taichi comenzó a golpear la pantalla con bastante rudeza y Mimi le obligó a parar. No se creía que viviendo con un informático no se hubiera aprovechado de esas habilidades como hacían ellas y Yamato constantemente, pero luego recordó que su novio no solía estar muy pendiente de su
ordenador ni de nada que fuera de tecnología. Suspiró derrotada. Hablaría ella con Koushiro para que le convenciera de arreglarlo.
Después de una interminable espera que deseó arrojar el ordenador por la ventana, terminó de conectarse con todos sus complementos. Sólo quedaba introducir los datos y descubrir la verdad. Taichi lo hizo sin pensar y falló al poner su contraseña, cosa que le hizo enfurecerse. Pero ella le echó una mirada tranquilizadora y volvió a teclear su contraseña ya bien. Ya estaba dentro.
Los dos se miraron nerviosos por fin y se dieron de la mano. Necesitaban en ese momento sentirse más cerca el uno del otro, esa nota era la que decidiría lo que pasaría a continuación.
Taichi sentía que estaba deshidratándose de tanto sudar y por la sensación de garganta y boca seca de respirar tan seguido por la boca. ¡No importaba! Vería la nota y punto. No necesitaba andarse con tantos rodeos. Así que pulsó el botón y se quedó mirando como un idiota, esperando.
Mimi había cerrado los ojos por el miedo que en el fondo sentía de que las cosas no fueran así y apretó su mano más con la del chico, que parecía estático. Taichi por su parte, examinó la asignatura y empezó a bajar la página hasta que llegó a la nota que esperaba. ¡No podía creérselo! Pasó el dedo dos veces seguidas por la puntuación para ver que no se había equivocado y se dio cuenta de que no. Que era auténtico lo que allí había. ¡Había aprobado!
Mimi había cerrado los ojos por el miedo que en el fondo sentía de que las cosas no fueran así y apretó su mano más con la del chico, que parecía estático. Taichi por su parte, examinó la asignatura y empezó a bajar la página hasta que llegó a la nota que esperaba. ¡No podía creérselo! Pasó el dedo dos veces seguidas por la puntuación para ver que no se había equivocado y se dio cuenta de que no. Que era auténtico lo que allí había. ¡Había aprobado!
Abrazó a su novia con fuerza y ella levantó la vista para ver qué era lo que ocurría. Cuando lo vio, se tapó la boca con las manos, reprimiendo las ganas de empezar a gritar como una loca. Pero no pudo evitarlo. Empezó a gritar de la emoción y a dar saltos de alegría mientras abrazaba con fuerza a su novio que tampoco podía parar de dar saltos de felicidad.
Lo había conseguido. La beca era suya y podría irse a Estados Unidos con aquella chica que le había robado el corazón. No sabía si en ese momento alguien podría estar más feliz que ellos dos juntos, nada en ese momento importaba tampoco. Mimi creía que podría aguantar las lágrimas de felicidad y no ponerse a llorar, pero no pudo. Era un sueño hecho realidad, sabía que él lo lograría y se sentía totalmente orgullosa de él. Le besó con fuerza en la boca no pudiéndolo evitar y dejando que las lágrimas corrieran a gusto por sus mejillas. Él la correspondió con fiereza, esa ocasión lo valía y ninguno de los dos quería desaprovechar la oportunidad:
—¡Te quiero!—dijo ella sin dejar de llorar.
—Yo también te quiero—contestó él sonriendo—¡no llores, mujer! Que no he suspendido.
Ella le dio un golpecito en el hombro y volvió a besarle con intensidad mientras él, sin que opusiera ninguna resistencia, la empezó a desplazar en dirección a su cama, dándole una patada sin querer al ordenador que se apagó de repente. Hikari estaba muy contenta. Había estado cenando con Daisuke tan tranquilamente cuando de pronto había empezado a sonar su teléfono. Ella lo había buscado en el bolso y cuando vio que se trataba de su hermano mayor, descolgó, esperando su respuesta:
—¡Hola ni-san!—le saludó con alegría.
—¡Hikari!—le oyó de pronto a voz en grito—¡He aprobado todas!
—¿Sí?—preguntó ella impactada, y al recibir la afirmativa por parte de su hermano, añadió eufórica—¡Es genial, Taichi! ¡Es fantástico! ¡Enhorabuena!
—Estoy totalmente alucinado—comentó el chico después de lanzar un resoplido para calmarse—. Aún no me lo puedo creer. Estoy tratando de asimilarlo. ¡Luego te llamo!
Colgó de repente y la chica se quedó de pie con el teléfono en la mano sin decir nada. Daisuke la miraba expectante por qué era lo que había hecho Taichi para que le felicitase de esa manera. Pero no tardó en saberlo, porque su novia empezó a dar saltos de alegría y a chillar como una eufórica, provocando que todo el restaurante la mirase, preocupados.
Daisuke se levantó para tomarla por los hombros y volverla a sentar en su sitio. Ella parecía serenarse y, con una sonrisa en la cara, le miraba a él. No tardó el chico en preguntarle:
—¿Qué ocurre?
—¡Taichi ha aprobado!—empezó a gritar ella otra vez, sintiendo que la emoción volvía a adueñarse de ella y abrazó al chico—¡Se va a Estados Unidos!
—¿En serio?—preguntó el chico impresionado—¡Pero eso es estupendo! ¿Dónde está?
—¡No lo sé!—dijo Hikari sonriente—, dice que luego me llama, pero yo también quiero verle, ahora mismo. Estoy tan contenta…
—Ni que quisieras que se fuera de verdad—exclamó de broma Daisuke, al verla tan feliz.
—Bueno…—fingió la chica como si lo pensase a fondo—, si Taichi se fuera, yo podría quedarme con su habitación en la casa de Odaiba y puede que ese armario que sólo usa para meter camisetas de deporte sudadas podría quedármelo o también…—al ver la cara de escándalo que ponía su novio creyendo que de verdad quería que se fuera, le dio en el hombro y añadió—. Es broma, tonto.
—¡Ya lo sabía!—se trató de defender el chico avergonzado por habérselo creído.
—¡Claro!—dijo ella y se quedó pensando hasta que volvió a decir—, la verdad es que me alegro de que se vaya, pero no por lo que te he dicho antes. Me alegro de que Taichi tenga alguna ambición de futuro que no sea sólo el fútbol, así me quedo más tranquila.
Se quedaron los dos sentados allí sin importar que aún hubiese personas mirándoles por aquellos arranques tan raros de emoción y alegría. Pero no les importó y siguieron comiendo con una sonrisa en la cara. Ambos lo supieron. Después de eso, todo iría mucho mejor. Y fue mejor. Después de que Mimi y Taichi dieran la noticia de que por fin Taichi había aprobado y que comenzarían con todo el papeleo y burocracia para que le concedieran la beca, Yamato y Sora también les comunicaron su idea de marcharse en verano a París juntos a ver a Takeru y sus abuelos.
Hikari había sentido una punzada de culpabilidad al oír el nombre de su amigo. Aunque hablaban ella y Daisuke con el chico a menudo, no podía evitar pensar que se marchó por su culpa y evitaba sacar el tema siempre que podía. Aunque Takeru intentase demostrarle que no era culpa de nadie, sino que estaba allí porque adoraba Francia y por sus abuelos, ella no podía evitar pensar que sólo trataba de exonerarla de culpa. Pero no dijo nada. Simplemente sonrió y miró a Daisuke que parecía también haberse acordado de su amigo, por el gesto de molestia que ponía. Él también la había mirado, pero no dijo nada y ella no pudo saber realmente lo que pensaba.
Se habían reunido todos en la casa de ellas, para comentar los planes a partir de ese momento. También había venido Miyako con Koushiro, pero no parecía muy contenta, seguramente no se sentía muy feliz al ver que su mejor amiga se marchaba de Tokio en pocos días. Ya había pasado una semana desde que supieron la última nota de Taichi y ya nada podía parar lo inevitable.
Yamato y Koushiro habían decidido mudarse al piso de al lado de las chicas con Ichijoji Ken porque el casero les había decidido echar después de que Yamato, siguiendo los consejos de su amigo Taichi, le exigió un contrato. Aunque el hombre había dicho que no tenía nada que ver con eso, los dos chicos sabían que era por eso.
Yamato conocía a Ken de la fiesta anterior y había hablado con él con respecto a ser sus compañeros y él había aceptado. Todos habían visto el cambio que había tenido ese chico desde la última vez que habían estado. Se notaba que la vecina del cuarto había cumplido con su amenaza y él había tenido que calmarse un poco. Ahora no hacía fiestas y parecía más educado y tranquilo de lo que fue antes.
Sora decía que se iba a hartar de verle la cara todo el tiempo, pero todos sabían que no era cierto, Su sonrisa y sus mejillas enrojecidas decían lo contrario a lo que ella aludía. Por otro lado, los padres de Miyako se iban a trasladar a Odaiba con su tienda y le habían dado la opción de quedarse en la zona viviendo con otras personas y ella habían decidido irse a vivir con Sora y Hikari. Hikari se puso muy contenta al oírlo y Sora simplemente le había dicho:
—Espero que a ti no te importe que fume y ni me obligues a irme a dormir a las doce de la noche como cierta americana amargada y aguafiestas.
—Me da igual el tabaco—le contestó Miyako—, y con respecto a la hora de dormir, no me enteraría ni aunque celebrases la mayor fiesta del mundo.
—Entonces te aceptamos—dijo Sora contenta.
Parecía que todo volvía a la normalidad y que no iba a resultar mucho problema para nadie. Pero Mimi se sentía triste. Al ver cómo todos se adaptaban a la ausencia de ellos dos, no pudo evitar sentir nostalgia y un cierto abandono, pero no podía impedir que los demás avanzaran como ella y Taichi hacían. No podían quedarse estancados en su recuerdo.
Ese mismo día, Sora la había encontrado en el salón sentada sola con Miko entre sus brazos. Le acariciaba tanto que el gato empezaba a hartarse y luchaba por escaparse, pero no le dejaba irse. Se sentó a su lado sin decir nada pero mirándola fijamente. La americana tardó en darse cuenta de que su compañera estaba al lado, pero cuando la vio sonrió tristemente y dijo:
—No sabía que estabas ahí.
—Llevo un rato observándote y buscando una manera de liberar a Miko de tu agarre—contestó Sora señalando al felino que logró escaparse y perderse por la casa.
Mimi lo vio marcharse y dio un suspiro. Sora esperaba una respuesta y decidió sincerarse con ella:
—¿Ves esa esquina? Ahí es donde pusieron en Navidad el equipo de música antes de que Yamato besase a Taichi por una apuesta vuestra—vio a Sora reírse al recordárselo y prosiguió—, me acuerdo cuando te encontré durmiendo aquí después de una borrachera el segundo día que estuve aquí.
—Yo también me acuerdo—contestó Sora sonriente—, yo me acuerdo cuando compraste ese pastel de fresas por Navidad y te emocionaste como un guiri cualquiera.
Las dos se echaron a reír por todos los recuerdos y después se quedaron mirándose sonrientes. Habían pasado muchas cosas ese año y Sora se vio en la necesidad de hablar con ella de algo que llevaba mucho tiempo queriendo decir:
—Mimi… la verdad es que siento mucho como me porté contigo los primeros meses que vivimos juntas. No me gustabas nada y había decidido hacerte la vida imposible hasta que nos dejases tranquilas.
—Lo sé—contestó Mimi—¿Te crees que no me doy cuenta de las cosas? A mí tampoco me gustabas nada, me parecías lo peor.
—También lo sabía—se rió Sora—. Pero vamos que para mí, las cosas han cambiado mucho… A pesar de que seas una aburrida y una pija, me alegro de que hayamos vivido juntas este año y te voy a echar mucho de menos.
Mimi entonces la abrazó con cariño y fue correspondida por la chica. Desde que la conoció, Mimi siempre quiso oír esas palabras de su boca y que la reconociera como una amiga. Se sentía aún más contenta de que por fin, esa chica sarcástica y molesta, diese a conocer ese lado tan maravilloso que tenía.
—Por cierto—dijo Sora cuando ambas se separaron—. Me dijo Yamato que os dijera que hay un concierto en una sala más grande de Teenage Wolves y que estamos todos invitados. ¿Vendrás, no? Es el día antes de que os marchéis Taichi y tú.
—Por supuesto—contestó Mimi.
Los días transcurrieron más rápido de lo que Mimi hubiese querido. Pero ya habían solucionado todo lo referente al papeleo de la beca de su novio y ya había avisado a sus padres del día que volvería. Ellos se habían mostrados muy emocionados por conocer en persona al famoso novio japonés de su hija, ya que cuando hicieron la videollamada desde el ordenador de ella, se los habían presentado y habían quedado por las dos partes encantados.
Ya era el día del concierto de Yamato y todos estaban ya esperando a que comenzara. Como venían expresamente invitados por el grupo, fueron los primeros en entrar y sortear a la cantidad de espectadores que se agolpaban. Cada vez se hacían más famosos por la ciudad.
Se encontraban en la primera fila solos hasta que permitieron entrar al resto del público que llegaban raudos a la zona de escenario. La sala no era muy grande, pero suficiente para todos los que allí estaban. Mimi tuvo ciertos recuerdos de los comienzos del grupo en aquel pub donde sólo eran unas pocas personas y todo lo que habían avanzado hasta entonces. Seguramente serían algo grande, si ellos se lo proponían.
No tardaron en dar los primeros acordes como inicio del concierto y todo el mundo se volvió loco. Yamato ya había salido a escenario y había comenzado a cantar a ritmo de la guitarra de su compañero Takashi, mientras su público femenino se volvía loco. Sora había empujado a varias que habían intentado colarse en su lugar o que gritaban obscenidades a su novio dándoles codazos o empujones para atrás, pero por lo demás no hubo ningún problema. Se encontraban allí todos, que habían logrado encontrar un hueco para ir al concierto.
Era como una despedida a Mimi y a Taichi que al día siguiente se tendrían que marchar y ellos lo tomaron así, ya que no eran capaces de decir nada y se les veía más tristes de lo que era normal.
El concierto parecía haber llegado a su punto final, pero aún no había terminado, faltaba una sorpresa que ninguno de los dos podría esperar. Yamato se acercó al micrófono con una sonrisa que despertó un coro de gritos y piropos que hizo fruncir el ceño a Sora. Pero Yamato no había hecho el caso como solía hacer y se puso automáticamente serio. Tomó el micrófono entre sus manos y dijo:
El concierto parecía haber llegado a su punto final, pero aún no había terminado, faltaba una sorpresa que ninguno de los dos podría esperar. Yamato se acercó al micrófono con una sonrisa que despertó un coro de gritos y piropos que hizo fruncir el ceño a Sora. Pero Yamato no había hecho el caso como solía hacer y se puso automáticamente serio. Tomó el micrófono entre sus manos y dijo:
—Nos tenemos que ir—al decir eso, otro coro de voces pedían que no fuera así, pero él prosiguió—, pero antes… quisiera dedicar un momento de este concierto a dos personas muy especiales que se marcharan a otro país para no poder volver a verles en mucho tiempo. Esas personas son dos buenos amigos que nunca olvidaremos y que esperamos que nos inviten gratis a su casa de Nueva York—tras una risa general, Yamato miró a Mimi y a Taichi y sentenció—. Por Taichi y Mimi va esta canción.
Comenzó la canción tras un aplauso general por el que Mimi se sintió un poco avergonzada por ser protagonista. Miró a Taichi y se sonrió enternecida. Sabía que el chico se había emocionado aunque no diera señal de ello y le abrazó. Era la primera canción que había compuesto Yamato, que ambos habían oído aquella vez en el pub irlandés.
Era horrible. Iba a echarse a llorar en cualquier momento, pero no quería. Se dio cuenta entonces que de verdad se iban, que no volvería a vivir momentos como ese y que se quedaban los demás atrás. Había pensado en ello, claro que sí, pero hasta ese momento no se daba cuenta de lo vacía
que se sentía en ese aspecto. Entonces tuvo clara una cosa. "Volveremos a Tokio", se juró a sí misma, "aunque sea lo último que pueda hacer en mi vida". Después de tener eso seguro, se abrazó a todos sus amigos y se dispuso a recordar esa última melodía y momento que no volvería a darse.
Eran las ocho de la mañana y habían llegado al aeropuerto. Se habían abierto ya las cabinas de facturación de equipaje de su vuelo con destino al aeropuerto Kennedy de Nueva York, pero se resistían a moverse. Allí se encontraban con sus maletas por el suelo y una cantidad de paquetes que debían facturar con ellos. El resto ya iban a mandárselo en vuelos y barcos de mercancías, como la moto de Taichi, que se había negado en rotundo a desprenderse de ella y había pagado él mismo su facturación para que llegara una semana después que él.
Todos estaban allí. Los padres de Taichi con Hikari y Daisuke, Sora y Yamato con Koushiro y Miyako, nadie había querido perderse ese momento y como habían podido, habían ido todos al aeropuerto. Habían pasado toda la noche juntos por las calles de Tokio y habían ido sólo por casa en busca del equipaje para irse directamente al aeropuerto. Los padres de Taichi habían aparecido por allí a las siete y media a traer con el coche los últimos paquetes que quedaban.
Los pasajeros iban de un lado a otro sin reparar en ellos, aunque Mimi pensaba que en ese momento, todo el mundo había reparado en que eran un grupo especialmente deprimido. Podía ver a Hikari entre sus padres y Daisuke, con los ojos enrojecidos, tratando por todos los medios de no llorar. Sora y Yamato estaban con ellos, pero tampoco decían nada y no era por la falta de sueño y Koushiro se dejaba abrazar por Miyako, que estaba a punto de echarse a llorar en cualquier momento pero él no decía nada.
Mientras ellos se miraban unos a otros sin hacer nada, la cola de pasajeros con el mismo destino que ellos, comenzaba a hacerse más grande y decidieron ir facturar cuanto antes para estar todos juntos. Taichi y su padre llevaron todas las cosas a la cabina y Mimi les acompañó para tomar su billete. La cola no era tan larga como parecía antes, pero mientras esperaban Mimi cabeceaba en el hombro de su novio, luchando con el sueño que comenzaba a atacarla. Tenía que estar despierta, ya tendría tiempo de dormir en el avión y en su casa… Casa… ¡qué poco veía su casa de Nueva York como tal! Su casa siempre sería el piso que compartía con Hikari y Sora…
—Vamos, Mimi—dijo de pronto Taichi, señalándole que ya era su turno.
Ella asintió y le siguió hasta el mostrador donde una simpática japonesa les sonreía mientras cogía su equipaje y lo iba colocando en la barra para que fuera pasando. No fue una acción muy pesada. En un momento, ya había facturado todo y tenían en sus manos sus billetes con los asientos asignados. Volvieron con los demás.
Dieron las nueve. Ya tenían que marcharse a buscar la entrada de embarque y Mimi sentía que se estaba ahogando de pena. Taichi bajó la mirada y dijo muy serio:
—Creo que ya tenemos que irnos.
Todos asintieron sin más. Fueron despidiéndose de todos lentamente sin armar mucho escándalo, hasta que llegó el turno de despedirse de Hikari. La joven se quedó mirando a su hermano mayor durante un segundo antes de romper a llorar y lanzarse a abrazarlo con fuerza. Él también la abrazó, se sentía muy mal por tener que despedirse de su querida hermana, pero se separó un poco de ella y le dijo:
—¡Eh! Nada de llorar, Kari… En quince días nos volveremos a ver.
—Pero estarás lejos después—contestó ella más triste.
—Puedes venirte a vernos cuando quieras—repuso su hermano acariciando su rostro—. El mundo es muy pequeño y lo sabes.
Eso pareció reconfortar un poco a chica, pero no del todo. Mimi también se despidió de ella con un fuerte abrazo. Se iba a separar de su querida Hikari, de esa encantadora chiquilla que tantos problemas había tenido para ser un poco feliz y que había sido tan buena y cariñosa con ella… Pero Taichi tenía razón, el mundo era muy pequeño y podrían verse si era lo que querían.
Llegó entonces el momento de Sora. Ella no decía nada, pero sus ojos le decían cuán triste se sentía, la abrazó una vez más y sintió la fuerza de sus brazos también rodeándola. Sora, la fuerte y a la vez delicada Sora, había aprendido de la vida tanto con ella y había madurado tanto junto a ella. Le debía tanto a aquella chica, que le pesaba mucho más de lo que pensaba separarse de ella.
Sora se separó y sonrió. Parecía que una lágrima había burlado su control y ahora recorría el camino de sus mejillas para perderse en su barbilla. Hikari entonces también se unió al abrazo, habían sido compañeras, aliadas, confidentes y sobre todo amigas. Ellas habían sido sus mejores amigas.
—Os… os echaré mucho de menos—fue lo único que Mimi pudo decir—. Gracias por ser vosotras.
Pero tuvieron que separarse aunque no querían, se despidieron de todos después una vez en general y empezaron a encaminarse en dirección a la zona de tránsito. Todos se quedaron juntos viéndoles marcharse, pero ellos no se atrevieron a mirar atrás.
Mimi miró a su novio, que se le notaba en los ojos que quería volver a mirar atrás para verlos por última vez. Ella le tomó de la mano y le dijo:
—Date la vuelta, Tai. No es un adiós definitivo, es un simple hasta luego. Te juro que volveremos a vivir en Japón, te lo juro de verdad.
Taichi sonrió ante sus palabras y la besó largamente en los labios antes de decir:
—Eso también te lo prometo yo.
Se dieron la vuelta a la vez y dijeron adiós por última vez antes de perderse definitivamente entre la marea de personas que se dirigían al mismo lugar. Ellos les devolvieron la despedida y también entonces lo supieron. Aunque fuera impreciso el futuro a partir de ese momento, supieron que no sería definitiva su despedida, que volvería a vivir todos juntos otra vez una vida loca en Japón.
FIN