Posted by : Unknown
lunes, 23 de febrero de 2015
Yukine nunca supo lo que era tener un familia.
Quizás lo supo en su anterior vida, aunque no trataba de pensar en ello. No quería saberlo, pasado es pasado. Si le preguntaban si quería conocer a su familia hace varios meses atrás, hubiese dicho que sí. Pero había cambiado, todo a su alrededor había cambiado.
— ¡Yato, aleja eso de mi!
— ¡Un poco de agua no le hace mal a nadie!
— ¡Ahhhh!
Miró con atención a su alrededor, es verano y Hiyori decidió que quería ir a una de las fincas que tenían sus padres. Kofuku tomaba sol mientras que Daikoku hacía unos exprimidos. Vio que Yato perseguía a la mitad fantasma con una manguera. Esos dos...
— Hiyori es la mamá, Yato es el papá, ¡y tú eres su pequeño hijo!
Recordaba las palabras animadas de la rosada mientras le mostraba tres muñecos que ella había creado, al principio le pareció extraño. Podía decir que mucho no entendía del amor, quizás el amor que transmite un amigo pero el amor de una persona a otra, no lo sabía. Pero Yato y Hiyori lo sabían, aunque no se daban cuenta. Él no iba a entrometerse pero sabía que si ninguno daba el primer paso, no iban a llegar a nada. El joven Dios pasó por su lado, levantó su pierna, pateándolo haciendo que se resbale... arriba de Hiyori.
Sonrió con satisfacción. Kofuku comenzó a reír mientras que sus dos amigos quedaban congelados en el lugar. — ¡Bésalo, Hiyorin!
En este momento podría comparar a Yato con un tomate. Tal como estaban juntos, tal como se separaron, ambos con un aura roja alrededor.
La noche llego rápido, y no se había vuelto hablar del tema. El rubio pensó en que se había excedido, pero cuando subió las escaleras para irse a dormir y vio a la castaña y al azabache besándose en el balcón de la habitación de ella, supo que había hecho un buen trabajo. Ahora sí eran una familia.
Ahora era un lugar donde se sentía como en casa.